Una vez más, aquella sensación mutiló mi cordura dando al miedo la oportunidad de colarse en mi cabeza y obligarla a girar hacia atrás, segundos después de que mis pasos se detuviesen en medio del pasillo. Esta vez, sí creí ver algo moverse dentro de la oscuridad que anidaba tras de mí.
«¡Serás tonta!», me recriminé reanudado mi marcha en dirección a mi habitación en acelerado paso. Una vez dentro, con el recelo propio de quien no se sabe sola, ojeé la oscuridad. Nada. Inspiré hondo no muy convencida. Mi piel aún permanecía erizada. Cerré la puerta y corrí a la cama con el auto-convencimiento de que era el frío el causante de tan precipitada huida.
A punto de dormir, un injustificable escalofrío me llevó a mirar al frente, fue entonces cuando me percaté de ello: la puerta de mi habitación estaba abierta.
—Juraría que... la había cerrado.
Con los ojos entrecerrados recorrí temerosa una habitación iluminada tan solo por la escasa luz proveniente de la calle. De nuevo nada. Pero antes incluso de concluir el suspiro que escapó de mi boca, por el rabillo del ojo vi moverse algo entre las sombras cerca de la pared contraria a la ventana. Creí ver la silueta de un brazo demasiado alargado.
El miedo se aferró a mi garganta. Golpeó mi pecho atemorizando mi respiración y con ello lo poco de seriedad que aún conservaba. Y más cuando aquello, fuera lo que fuera aquello, se movió entre las sombras mostrando su prolongada naturaleza opaca. Tanto, que ni la luz lo atravesaba.
Paladeé el miedo en mi garganta.
Rápidamente tiré de las sábanas y me cubrí por completo con ellas esperando que estas fueran, sin serlo, una infranqueable fortaleza. Tonta de mí, baje mi fachosa defensa hasta la altura de la nariz para descubrir con horror, como aquello se movía en la oscuridad de manera grotesca avanzando lentamente hacia mí. Cerré los ojos, oré un absurdo salmo y al volver a abrirlos, aprecié una terrorífica silueta humanoide que alcanzaba el trecho observándome con esos pequeños ojos brillantes que flotaban en medio de la nada. Sí, esa cosa estaba ahí, parada frente a mí sin acometer sonido o movimiento alguno
Traté de moverme, no pude.
Traté de gritar, imposible.
Cerré los ojos con la esperanza de que una vez los abriera, aquel ente hubiera desaparecido, pero no. Continuaba ahí, acercándose mediante convulsivos movimientos, fija su mirada en mí mientras me dedicaba una inexistente sonrisa.
Grité sin gritar al sentir como algo se movía bajo las sábanas y agarrándome de los tobillos tiraba de mí con fuerza. Grité, grité con todas mis ganas, pero nada escapó de mi boca. Iba a rendirme cuando mi gato, bufando cual demonio, irrumpió en la habitación. Aquello, emitiendo un gruñido ajeno a la dicción humana, desapareció.
Quizás nunca los hayas visto. ¡Qué suerte la tuya!
Quizás nunca lo hagas. Pero eso no quiere decir que no estén ahí. Acechándonos, ocultos entre las sombras, observándonos, a la espera...