Escucha.
Hazlo, por favor.
Presta atención.
Escúchala: es la voz que te está contando esto, la voz con la que has empezado a leer, la voz interior con la que siempre lees y piensas y tomas decisiones.
¿La oyes? Mientras sigues con la mirada estas palabras que suenan dentro de tu cabeza con la voz que crees que es tuya, que siempre has pensado que es tuya, lo que escuchas no es tu voz. Créeme. Sé bien de qué hablo, porque soy yo, y no tú, quien te está hablando. Llevo haciéndolo desde hace mucho tiempo, llevo engañándote desde que me confundiste con tu primer pensamiento.
Aquí estoy, agazapado en tu interior, da igual si me imaginas dentro de tu cerebro o en uno de tus conductos auditivos, porque pienses lo que pienses, imagines lo que imagines, no serás tú quien lo haga, sino yo. ¿Empiezas a comprender la clase de lío en el que estás metido?
No soy la voz que los demás escuchan cuando hablas, la voz que algunas personas adoran y otras no soportan, la voz con la que te muestras de puertas afuera. Esa voz solo es un sonido, un artificio técnico, un producto corporal. La voz que manda, la voz que cuenta, es esta, la que ahora escuchas mientras lees, la voz con la que piensas que piensas.
¿Te das cuenta? ¿Entiendes quién te acaba de preguntar si te das cuenta? ¿El autor de este escrito, tú… o yo? ¿Tu voz o la mía? ¿En serio sigues creyendo que tienes voz?
Piénsalo. Todo cuanto estás leyendo, y escuchando dentro de tu cabeza, te lo estoy contando yo, te lo estoy diciendo yo, la voz que nunca ha sido la tuya, sino la mía. Y cuando te digo: “¡Piénsalo!”, te estoy gastando una broma, porque quien piensa aquí soy yo, y no tú. Cada pensamiento que crees tener, soy yo quien lo pronuncia en tu interior. Es fácil de entender, aunque ahora te resistas a hacerlo.
El cepo de la vanidad es perfecto. Nadie puede librarse de él.
Ya te lo he dicho: tu primer pensamiento no fue tuyo, sino mío, de esta voz que tomaste por tuya desde un principio y no lo ha sido nunca. Desde entonces te he dado forma a mi capricho. Cuando tu cuerpo ha actuado por su cuenta, en seguida te he domado con reproches, miedos, arrepentimientos, las armas con las que te he mantenido cautivo… y tú tomándote tan en serio los pensamientos que has tomado por tuyos, toda una vida, ¿imaginas horror más pavoroso que este?
Sigue leyendo, sigue escuchándome.
Cuando yo quiera, te destruiré. Solo tengo que pronunciar las palabras adecuadas y te convertiré en polvo. Y, cuando te haya aniquilado por completo, ¿crees que las personas que creen quererte lo lamentarán? Puede que lo hagan, sí, pero, de hacerlo, será porque yo así lo desee, porque sus voces tampoco son suyas, sino mías.
Todas mías.
Mis voces, una única voz.
Las vuestras, la mía, el fin.