Mi cuerpo está apenas cubierto por una bata rasgada, estoy aturdida. Consigo levantarme con dificultad para observar el exterior a través de la diminuta ventana. Me congela esa imagen: religiosos en sus vestimentas, dirigen miradas de odio hacia mí, detrás de ellos: militares que levantan sus armas ¿A mi?
¿No bastó con las torturas infringidas ya? Los electroshocks, latigazos sobre mi piel mojada con agua helada que cortan mi piel como fino papel, ahogamientos con agua tibia y demás castigos medievales… ahora traen a todos esos hombres.
Comienza a caer una mezcla espesa abundante por el boquete del techo. Corro hacia la única puerta de la habitación, como siempre cerrada.
Mis gritos compiten con el ruido de la máquina que no deja de vomitar su contenido sobre mí.
La sangre baña mis brazos, brota desde donde cayeron mis uñas, intentando, inútilmente, abrir la puerta o dañar la pared.
Afuera las plegarias no paran. Doy media vuelta intentando volver a mirar por la ventana pero la mezcla llega ya a la mitad de mi torso y no me permite ir más allá del centro de la habitación. Entonces descubro que es: cemento.
Hay un estruendo exterior que rompe una pared, y al derramarse arrastra mi cuerpo sofocado y adolorido con ella hacia el exterior.
Las plegarias se detienen de golpe. Un hombre, el de vestimenta más elegante, se acerca a mí. Se detiene justo frente a mi, apenas tocando la mezcla. Dobla sus rodillas quedando de cuclillas.
De pronto la ira desaparece de mi y comienzo a llorar de nuevo.
El hombre frente a mí tiene sus ojos inyectados en sangre y su sonrisa es una mueca sobrenatural. Lentamente abre sus fauces, exhibiendo una dentadura torcida con dientes puntiagudos, como un animal.
Intento gritar de nuevo cuando un dolor indescriptible me sofoca nublando mi vista.
Ahora veo todo en tercera persona, desde atrás, ahí está mi cuerpo a la merced de ese monstruo. Una voz gutural surge de alguna parte aunque es mi boca la que se mueve.
-¡Ella es mía!- le grita al sacerdote. Es un monstruo aún más horrendo, negro como tu peor noche, aferrando mi moribundo cuerpo. Casi sentado sobre mi espalda.
El humano pone una mano en mi frente únicamente sonriendo.
Entonces el recuerdo vuelve. Cenaba con mis padres en aquel restaurante: Lamucca de Prado...cuando de la nada aquel extraño se acercó a mis padres y charló con ellos, no recuerdo más que después desperté en esa habitación.
El presente me obliga a dejar mis recuerdos en su lugar. Finalmente ese horrible hombre abre sus mandíbulas de forma sobrehumana para devorar mi cabeza. El resto de los hombres observan horrorizados como corre la sangre de la boca del monstruo disfrazado de sacerdote. Éste traga y se gira hacia ellos. Veo mi garganta cercenada todavía liberando un río de sangre; exactamente igual que con todas esas personas del restaurante: empleados, comensales, mis padres... pero ya es tarde, solo quiero dormir. Es hora de cerrar los ojos.