La carretera no estaba iluminada. Atravesaba unos prados desiertos. Muy pocos la transitaban y el conductor no esperaba encontrarse a nadie en unas horas.
—Al menos hasta llegar al río —pensó.
La noche rodeaba a la furgoneta, cuyos faros únicamente descubrían la larga carretera hasta llegar a una curva moderada.
—¿Que estará haciendo aquí? —se preguntó al ver a un hombre con aspecto desaliñado haciendo auto-stop. Frenó junto a él.
—Suba, que le llevo —dijo el conductor abriendo la puerta del copiloto.
El hombre subió al asiento trasero, cosa que le extrañó.
—¿A dónde va? —preguntó.
—Al río —contesto con una voz apagada.
Llevaba una chaqueta de cuero marrón sucia, ropa oscura, visiblemente vieja, y un pelo descuidado. Debía de rondar los cincuenta y tenía una mirada perdida. Al cabo de un rato inició una conversación:—Hay que cuidarse de los extraños ¿sabe?
—¿De los qué? —contestó el conductor.
—¿Por qué me ha recogido?
—Hace frío en este desierto, seguro que no iba a pasar nadie en un buen rato, no iba a dejarle ahí…
—Solo traigo problemas. Soy un desgraciado.
—¿Por qué dice eso?
—Todo desde que me fie de unos extraños ¿sabe? Ahora me persiguen.
—¿Quién le persigue?
El hombre miraba una foto que el conductor tenía colgando del espejo retrovisor. Eran dos niñas y un niño posando abrazados y sonrientes.
—Los niños —dijo con una voz trémula.
—Voy y recojo a un borracho, vaya suerte la mía —se lamentó para sus adentros.
—Me pregunto dónde están ahora —continuó—. Son muy libres ¿Sabe? Recuerdo la primera vez que los vi, eran tan alegres… querían que fuera su amigo, un amigo con el que jugar, decían. Y yo no podía decirles que no, no mientras los veía, eran tan brillantes… —dijo mientras le miraba por el espejo retrovisor con los ojos muy abiertos.
El conductor comenzó a sentirse incómodo. No le gustaba esa forma que tenía de mirarle. Y por su forma de hablar debía de haber consumido algo suficientemente fuerte como para perder el juicio.
—Lo comprenderá cuando los vea —continuó.
El conductor lo miró sorprendido.
—¿Cómo que cuando los vea?
—Hay que cuidarse de los extraños —contestó.
—¿Es esto una broma? —preguntó.
—¿Por qué me ha recogido? No soy de fiar. Pero no se preocupe, nada importará al final.
—¿Pero de qué está hablando? —preguntó indignado.
Le miraba por el espejo retrovisor con una mirada encandilada y una plácida sonrisa en el rostro.
El conductor le devolvía la mirada cuando se percató de que estaba entrando agua por las ventanas cerradas. Miró hacia atrás, el hombre desaliñado había desaparecido.
El agua rodeaba la furgoneta, la sobrepasaba. ¿Qué estaba pasando?
Entonces los vio, andando por el suelo arenoso había un grupo de niños vestidos de blanco dispuestos en círculo alrededor de la furgoneta. Tenían un reluciente pelo blanco y les rodeaba un aura de un tono azulado. Constituían una visión hipnótica.
El conductor oyó un cristal rajarse por la presión del agua. Todo se volvió oscuro.