Entre las sombras.
Cerré las puertas tan silenciosamente como pude. El contorno de la madera resbalaba con el
sudor de mis manos. Dentro del armario la oscuridad era más profunda, más perturbadora, más
agobiante.
Oímos al perro ladrar primero, gruñir después y, luego, nada. Eso asustó a mi madre. Me
llevó a su habitación y entre susurros apenas audibles y señas apresuradas, me conmino a no
moverme y estar callada. Me miró. Había temor, esperanza y un adiós en aquellos ojos que me
estrujaron el alma hasta quitarme la respiración.
Por una pequeña rendija apenas veía los contornos de los muebles que la penumbra
silueteaba, pero los ruidos parecían enormes. Oí pisadas. La respiración apresurada de mi madre
entre los sollozos y el pánico que destilaba como una esencia tangible y abrumadora. Mi respiración
se hizo más rápida, el temblor de mis manos me impedía sostener la puerta y escuché con pavor el
crujir de la madera.
Cristales rotos, un grito sordo, sofocado, silencio de nuevo. En mente de diez años empezaron a
pasar escenas de las películas de miedo que había visto a escondidas. Zombis, monstruos, asesinos,
todos tenían cabida en mi imaginación desbordada y, durante unos segundos, el tiempo me pareció
eterno y el miedo un sudario que me envolvía.
Recordé noticias de los últimos meses. Robos violentos, asesinatos en edificios. Para mi,
eran sólo historias cruentas de los telediarios, que escuchaba a lo lejos mientras comía mirando mi
teléfono.
Empecé a oler algo extraño. Una esencia metálica y con un toque dulzón que se colaba por
la estrecha rendija del armario. Ruidos de muebles y una respiración baja y fuerte, me hizo
ovillarme en la esquina más alejada de la luz que habían encendido en la habitación y se colaba por
la estrecha abertura.
Cada respiración era dolorosa, me apretaba las piernas tan fuerte, que cortaba la circulación a unos
músculos que temblaban por si solos. Vi luces encenderse y apagarse al unísono con pisadas que
parecían de gigante. Y en un momento dado, cuando creía llevar años encerrada, todo quedó en
silencio y a oscuras.
Una sirena a lo lejos hizo que volviera a respirar. Unos instantes y las luces se encendieron.
- Policía. ¿Hay alguien ahí?- preguntó una voz masculina, fuerte, segura-.
Abrí las puertas y salí corriendo deslumbrada por la luz. Pisé el suelo húmedo y resbalé cuan larga
era para caer sobre algo blando, cálido, húmedo.
Miré mis manos y mi camisón, rojos del color de la sangre. Una risa gutural y ronca me hizo girar la
cabeza.
Una figura enorme.
- Lo de la sirena nunca falla- dijo riéndose -, mientras se guardaba el móvil en un bolsillo y
acercaba su rostro al mio.
Vi unos ojos azules inmensos, tan bellos que quitaban la respiración, y tan llenos de locura que
helaban el alma. Cerré mis ojos y solo noté un pinchazo en el cuello, luego nada, solo oscuridad, ni
siquiera escuche como cerraba la puerta, dejando un silencio eterno.