Entro en Lamucca de la calle Prado, escapando de una noche en la que reinan a sus anchas el viento y la lluvia. Para mi sorpresa, mientras camino hasta la barra observo que el local se encuentra bastante vacío, tan solo hay un par mesas ocupadas, hasta los camareros parecen haber desaparecido. Echo un vistazo a mi reloj, ya son más de la una… ¡Cómo se me ha pasado el tiempo enredado en ese cuerpo! Sonrío ante el recuerdo.
Me despojo de la chaqueta, que llevo calada, y me acomodo en uno de los taburetes; no veo al barman por ninguna parte. Por el rabillo del ojo me llega la imagen de un hombre que se sienta, dejando un par de metros entre nosotros. Viste un abrigo negro y largo.
Dedico algo más de atención al recién llegado: barba de varios días salpicada de canas, cabello negro mojado, algunas gotas de agua le resbalan sobre el rostro, ojos oscuros en una tez pálida, la nariz parece una garrocha y los pómulos se hunden sobre la boca de labios resecos.
Gira la cabeza, creo escuchar el crujido de sus cervicales, ¿o es mi imaginación? Me mira sin recato. Con un extraño gesto levanta levemente el labio, bajo el que asoma un diente sucio, con restos de algo. Un escalofrío me recorre el cuerpo, ¿por frío o por la mirada inquisitiva de este tipo?
Despacio, se desabotona el abrigo sin apartar sus ojos de mí. Yo retiro los míos cuando se abre la prenda, tragando saliva mientras busco sujeción con mi mano en la barra. Observo con espanto lo que pende del forro: un garfio y un cuchillo ancho, ambos sucios con manchas oscuras. No quiero pensar que sea sangre. Hay algo más: unos dedos asoman del bolsillo interior, y gotean un líquido viscoso. ¡Eso sí que es sangre! Contengo una arcada mientras procuro dominar la sensación de pavor que gana enteros dentro de mí.
Aparto la mirada del conjunto de horrores que porta bajo el abrigo, no logro evitar que mis ojos vayan como imanes a los suyos. Parpadeo un instante, tratando de que así desaparezca, pero seguido escucho su voz, que es como un ronquido sordo. Mi esperanza se diluye.
—Se los corté porque me robó mi dinero, tocó lo que era mío.
Intento decir algo pero la voz no me sale, quizás porque sé lo que viene a continuación.
—Usted conoce bien a mi esposa, demasiado, según mi opinión.
Hay partes de mi cuerpo que empiezan a temblar, el tipo se incorpora sin apartar sus ojos de mí, con su mano derecha sobre la empuñadura del garfio…