Que intranquilidad. Debería haberme esforzado más y evitar que se marchara con vida. Ahora no voy a poder pegar ojo en toda la noche. Perdido y aislado por la tormenta en este refugio de montaña frío y desolado, con paredes formadas por troncos entre los cuales el viento se empecina en entrar y compartir casa conmigo, veo como el último fulgor del día se desvanece bajo la intensa niebla que va cubriendo el páramo, mientras todo a mi alrededor se va desdibujando y adoptando formas fantasmagóricas que hacen volar mi imaginación.
El frío y la falta de luz me provocan un escalofrío y decido que es momento de entrar. No estoy seguro de que el interior sea mejor. Espero que mis ojos se adapten a la poca luz que alumbra aquella estancia. Hay una pequeña y desgastada mesa de madera, un catre a un palmo del suelo con lo que debió ser una manta a modo de colchón y un estante con los restos de algunos aderezos culinarios. Ninguna ventana por la que poder ver que pasa fuera. Esto me angustia aún más. Sobre la mesa, una vela a medio usar formaba una cascada de cera. A su lado, una pequeña caja de cerillas. La abro. Cojo la única cerilla y la raspo con decisión sobre el lateral de la caja. Esta prende y rápidamente enciendo la vela. Al menos no estaré a oscuras. Ya puedo cerrar la puerta. Está algo desvencijada y esto hace que encaje a presión en el marco.
Las horas pasan. Me imagino que en algún momento deberé tumbarme y dormir algo. Pero no puedo quitarme de la cabeza su imagen. La vi entrar nada más acercarme al refugio. Fue una visión fugaz pero segura. Su aspecto era amenazante y lo peor de todo era saber que ella estaría esperándome en algún rincón de aquel cuchitril.
Me dejo caer sobre el camastro y mis ojos se cierran. Oigo ruidos. Noto como el viento se filtra entre la madera. Abro de nuevo los ojos y entonces es cuando entro en pánico. La vela se ha apagado. Me quedo quieto. No temo a la oscuridad, pero si a saber que no puedo salir de ella. Entonces recuerdo que sigue dentro. Imagino su gran tamaño y sus largas patas moviéndose con tanta agilidad y se que ahora juega con ventaja. ¿Vendrá a por mi? Estoy paralizado por el miedo. Algo roza mi mano. No es una caricia dulce sino más bien algo desagradable que recorre mis dedos y se dirige a mi cara. Intento levantarme pero mi cuerpo no responde. Siento como sus patas recorren mi pecho y se paran sobre mis labios. Quiero chillar pero no puedo. Ella aprovecha el recoveco de mi boca abierta para empezar a introducirse y moverse nerviosamente sobre mi lengua, tratando de seguir garganta abajo en una carrera frenética por llegar al fondo de mi alma.
Debería haberme esforzado más y evitar que se marchara con vida...