Alicante, noviembre 2019
–Buenos días.
–Buenas, ¿qué desea?
–Doscientas fotocopias, por favor.
–Eso son muchas copias –bromeó el dependiente– ¿en blanco y negro?
–Si.
–Me llevará un rato, si tiene algo que hacer y quiere volver luego...
–No se preocupe. Esperaré fuera fumando –dijo el viejo mientras sacaba el tabaco y un mechero de su abrigo negro. Sus dedos eran largos y ágiles y estaban amarillos por el tabaco.
–Yo le aviso.
El viejo salió por la puerta haciendo sonar la campanilla que colgaba de la puerta, y fuera del establecimiento, encendió su cigarro mientras esperaba.
Valladolid, mayo 2012
Julia caminaba a casa enfadada. A su madre no le había dado tiempo a ir a buscarle. Desde la escuela de música hasta su casa tan solo había un par de kilómetros, o tal vez menos, pero iba muy cargada. A la espalda, llevaba la mochila del instituto, y con el brazo derecho cogía el maletín de clarinete. Ya solo le quedaban dos calles para llegar cuando un coche se detuve a su lado. Era su madre.
–¿Subes? –le preguntó.
–No. Voy andando –respondió ella sin detenerse.
Su madre subió la ventanilla y aceleró. Cuando llegó a casa, dejo la mochila del instituto y el clarinete en la entrada. Subió a su habitación y desde ahí, llamó a su madre.
El mismo día, minutos más tarde
Julia lloraba sentada en la cama de sus padres. A su lado, su madre, marcaba un número en el teléfono.
–Silvia, soy Berta.
–¡Berta!, dime –respondieron al otro lado.
–Tengo que hacerte una pregunta, y quiero que me digas la verdad.
–Me estás asustando...
–¿Por qué desapuntaste a Marta de clarinete?
–Berta, dime que no me estás preguntando eso...
Julia continuaba viéndose llorar en el espejo mientras su madre le apretaba la mano. La garganta le ardía, como tantas otras veces le había ardido cuando era pequeña y no entendía muchas cosas.
Valladolid, noviembre 2015
Julia estaba sentada en la esquina de la sala. Desde ahí, podía ver todo el ajetreo de gente. Estaban sus padres, la abogada y algunas otras mujeres. La garganta le ardía. La sentía como un nudo de fuego que la atravesaba por dentro. La camisa, debajo del jersey, estaba completamente sudada. Ella solo podía imaginarse abalanzándose sobre él. Habían pasado tres años y era el día del juicio. «Quiero entrar ahí y contar mi verdad», pensó.
Horas más tarde, la fiscal y los abogados llegarían a un trato. Dos años de cárcel. «Dos, solo dos». Después de eso, Julia solo quería ir a casa.
Alicante, noviembre 2019
La campanilla de la puerta volvió a sonar. El viejo apestaba a tabaco.
–Acabo de terminar.
–Perfecto, ¿cuánto es?
–Serán diecisiete euros. Así que es usted profesor de clarinete.
–Sí.
–Pues mi hermana estaba pensando en apuntar a mi sobrina a clases, pero en el conservatorio le dijeron que era muy pequeña. Es que ella es muy lista, ¿sabe?
–¿Cuántos años tiene?
– Seis.
–Nunca son demasiado pequeñas para empezar a tocar.