El reloj marcaba las 3:33 cuando finalmente y tras casi una década de esfuerzo y sacrificio lo había logrado. Contemplando su propio cuerpo que yacía quedo debajo de él sobre la cama, comprendió que aquella trágica odisea había merecido la pena. El viaje astral, conseguido. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos cuando al intentar dar cazar a la primera de ellas se miró por primera vez las manos incapaz de ver nada, sorprendido al tiempo que excitado ante su ausencia de corporeidad. Allí estaba, flotando sin siquiera saber cómo. Quiso abrir la ventana para comprobarlo percatándose de que el solo hecho de pensar en atravesarla le había llevado al otro lado. Tan sencillo como imaginarlo. Y entonces, si, voló.
Surcó el aire como la luz de las estrellas, fundiendo tierra y mar a su paso. Del pico más alto a la sima más profunda, estaba radiante ante aquella omnipotencia que le hizo sentirse como un verdadero dios del mundo. Esa desconocida alegría supuso inevitablemente, y a pesar del polvo que se amontonaba sobre el baúl de su memoria, volver a recordarla y caer en un suspiro presa de su hechizo. A revivir enamorarse en cada golpe de diafragma, en cada sonrisa, en cada beso. También comenzar de la mano aquel viaje del que disfrutaba ahora en soledad. Y el triste final fruto de su obsesión desmedida que condujo al camino del llanto y el reproche. Sobre el mar, contemplando una vaga sombra en lugar de su reflejo volvió a llorar, esta vez de pena. Ante la luz de la luna desapareció de nuevo como la sombra de un relámpago.
De pronto, allí volvía a estar, después de tanto tiempo. Sobre la misma tarima de madera vieja que ya no crujía a su paso penetró en el dormitorio donde la encontró plácidamente dormida. Su larga melena negra se desparramaba sobre su cuerpo desnudo, cubierto por una fina sábana de seda fundida con su silueta, empapando su cuerpo como líquido derramado. Allí volvía a estar después de tanto tiempo, si, aunque todo fuera tan distinto ahora. Nada tenía verdadero sentido si no podía compartirlo con ella, si no podía escuchar su risa ni padecer su llanto ni sentir el tacto de su mano sobre su piel. Cerró los ojos con las últimas lágrimas antes de volver a casa.
Un ruido ensordecedor de sirenas le sorprendió penetrando cada molécula de aquella niebla que representaba. Gente corriendo en todas direcciones le atravesaban entre gritos y lamentos. El edificio no paraba de vomitar gente que, despeinada, salía al amparo de una noche que les recibía entre el caos de ambulancias y de bomberos enfundados en sus aterradoras máscaras.
Empujado por un miedo creciente regresó a su cuarto donde una multitud de gente se apiñaba. Cuando logró ponerse junto al borde de la cama, una figura sostenía su mano lánguida.
- ¿Doctor? ¿Otro más?
- Certifico la muerte por inhalación de gas, a las 3:33 de la madrugada.