Hace treinta años, tiempo de la tierra, una pareja de enamorados, desencarnados, inmolan su acto suicida en el Valle de los Suicidas. Los amantes, se resguardan en el alto de una de las cuevas rocosas del Valle, sus cuerpos enseñan una metamorfosis humana y animal. Sus patas son de lagarto y patinan, infatigables, contra la piedra rocosa desmoronándola. Sus ojos tienen el brillo brutal de una Cobra. La mujer expide un olor a queso rancio y el hombre una fetidez hedionda, secuela de las múltiples veces que han emulado su sacrificio y el no arrepentimiento de su autodestrucción.
Los suicidas, han estado comunicándose telepáticamente con el grupo de los Siervos de María, al que yo pertenezco. La virgen María, encargada del Valle de los Suicidas me ha encomendado la misión de rescatar la pareja que arrepentida, pide con fervor su liberación.
Siete siervos de María, nos preparamos para llevar acabo el rescate de la pareja. Bajaremos a la vibración densa de la gruta, donde se congregan los humanos que se autodestruyeron y, ahora, se hallan expiando esa decisión con esta prueba. Usaremos un magnetizador y un bálsamo para que las energías pesadas no detecten nuestra presencia dentro de la cueva. Cada uno de nosotros llevará una canasta dirigible, con la misión de liberar a la pareja de los vigilantes del Valle de los Suicidas. Millones de entidades densas, recalcitrantes salvaguardan el valle, evitan que los suicidas de la tierra, sean rescatados o huyan del sufrimiento que exige la reparación. Entramos a la caverna en absoluto silencio, cada rescatista parecía uno más de los sacrificados. Algo de los olores nauseabundos se percibía en la gruta, pero el ungüento que nos ungimos, también, permitía que fuéramos inmunes al olor repulsivo del ambiente. Pasamos por varios peñascos, escuchamos a miles de espíritus desconsolados clamar de dolor. Podíamos ver como sus cuerpos caían una y otra vez de edificios muy altos acabando con sus vidas. Otros tomaban el veneno que terminó con su existencia, padeciendo la misma tragedia de envenenamiento, una y otra vez.
Subimos hasta la cueva donde habita la pareja a rescatar. Los dos pidieron perdón durante treinta años, de la tierra, hasta que en sus corazones se advirtió, la sinceridad del arrepentimiento. Unos segundos antes de la redención, un ejército de naves, nos esperaba para atacarnos, cada uno de nosotros tomó caminos diferentes con la pretensión de desorientar a los espíritus espías. Mientras que yo, gracias a un bálsamo exclusivo, solo para el rescatista que va a redimir a las víctimas, pude eludir el ataque. Mis compañeros distrajeron al grupo de agresores. Rápidamente monté a la pareja en la canasta y ágilmente abandone la caverna a una velocidad que nadie podría alcanzarme. El grupo de amigos liberadores, salieron por entre las paredes rocosas de la cueva, lo que no pueden hacer las larvas vigilantes por la misma densidad de su espíritu.
Conduzco a la pareja, arrepentida, al hospital espiritual. Allí los médicos sanadores los estabilizaran.