En medio de la oscuridad, se escucha una respiración agitada entrecortada por ráfagas de aire.
De fondo, distintas voces graves empiezan a superponerse a la respiración.
Claudia deja ir aire y empieza a correr, con gran esfuerzo, hasta que cierra una puerta metálica de gran tamaño.
El portazo silencia a las voces y Claudia está agachada en un esquina de la habitación casi a oscuras, mientras su respiración se tranquiliza. Levanta la cabeza lentamente desorientada. Por ahora se ha librado de lo que sea que la persigue. Con temor, inspecciona ese extraño lugar.
La habitación huele mal. Lleva la camiseta y el pantalón rasgados y manchados de sangre y arañazos. La sorprende una arcada e intenta no vomitar. Se levanta despacio, mirando a todos los rincones asegurándose que la habitación es segura. Una pequeña luz en la pared de enfrente ilumina poco más de medio metro y distingue otra puerta al fondo de la habitación.
La puerta está abierta.
Los ojos se le salen de las órbitas, no puede ser. Sabe que al otro lado están las criaturas. Asustada, intenta correr para cerrarla cuando los gritos y las voces vuelven a escucharse. De una de las piernas le cae la sangre a borbotones, cojea y grita de desesperación. Las criaturas arañan las paredes a su paso y el sonido de las pisadas es cada vez más fuerte. No llega, Claudia no llega a cerrar la puerta y entran corriendo dos figuras altas a las que no se les distingue la cara. El sonido de sus pasos retumba, visten las largas capas color granate que cubren sus cuerpos deformes y desproporcionadamente largos.
Claudia intenta gritar pero su garganta no emite ningún sonido. El terror se deja ver en sus ojos. Mientras siguen llegando más criaturas, dos largos brazos, esqueléticos, bañados en bilis verdosa, la agarran por el cuello levantándola del suelo. Claudia mueve sus extremidades como si fuera un muñeco pero solo consigue quedarse enganchada en esos dedos alargados que la estrujan, notando como la bilis se escurre por su cuerpo. Sus pulmones empiezan a fallar porque no puede respirar. En cada intento de absorción del mínimo gramo de aire, su boca se abre desmesuradamente y sus ojos se llenan cada vez más de sangre. No sabe dónde está, qué pasa o quién es. Son sus últimos alientos, lo siente en lo más profundo de su ser, mientras la sala, llena de criaturas que esperan ansiosas poder devorarla, la observan y se acercan a ella.
Silencio.
La nada y, de repente, oscuridad.
Claudia se levanta de la cama inspirando profundamente con los ojos llenos de lágrimas. Por ahora, está a salvo.