- Llevo un rato pensado que es increíble cómo se parece a ti.
- ¡Parecía, cabrón! ¡No hables como si todavía estuviera aquí!
El tono era crispado, pero no pude evitar que una sonrisa se abriera paso hasta mis labios al comprobar que su voz me llevaba a una remota imagen de ella.
Las manos me arden atadas a la espalda, y las lágrimas… bueno, ya no son lágrimas, solo una mezcla extraña de sangre con un pellizco extra de sal.
Él, sin embargo, sí llora.
No ha parado de hacerlo desde el mismo momento en el que me quitó la capucha. Durante dos minutos fui incapaz de entender lo que decía. Los dos minutos más largos de mi vida, llenos de golpes, de insultos… de recuerdos.
¿Estaría llorando mientras me esperaba en el aparcamiento? ¿Lo haría mientras conducía de camino hasta aquí? No creo. Conducir con los ojos llorosos es horrible. Ella lo hacía a veces y me ponía de los putos nervios pensar que podría morir aplastado en una cuneta por su culpa. Por su maldita afición por el drama.
Esta silla no puede ser más incómoda. Quizá si le miro y le pido… no, esa cara no es la de alguien que buscaría un cojín o una manta para que deje de dolerme la espalda.
No para de repetir que me va a matar.
- ¡Quiero que sufras como un perro! ¡Igual que hiciste con ella!
Un nuevo sollozo interrumpe su hilado discurso. Siempre se lleva las manos a la cabeza y llora como un niño cuando dice su nombre; cuando usa algún verbo en tiempo pasado; cuando menciona un <> o cuando su boca se inunda con la palabra mágica: hermana.
- ¡Te voy a matar! ¿Cómo pudiste hacerlo? ¡Era mi hermana!
Otro puñetazo. Este último ya no me ha dolido. No está preparado para esto, se está cansando.
Solo espero que de verdad me mate y que sea pronto, porque me estoy meando y si hay algo que odio es el olor a orina rancia y reseca.
Sí. El olor de aquella noche.
Se da la vuelta, ¿Puede ser que se marche? No, solo va a por esa bolsa negra del suelo.
¿Cómo dejé que me pillara? Maldita manía de estar mirando siempre el móvil.
Se gira. Algo negro brilla en su mano. Lo mira como si estuviera preguntándole cuál es el siguiente paso.
Una pistola.
Apostaba por el cuchillo, pero mucho mejor una pistola. Es rápida, podría decir que incluso indolora. Hasta un mojigato de mierda como él es capaz de apuntar y volar mi cabeza por los aires.
Se acerca. La pistola le ha chivado lo que tiene que hacer.
- Adiós cabrón.
Sigue llorando.
El cañón de la pistola está frío.
¿Será verdad eso de la luz al final del túnel?
Le miro. Sus ojos también son iguales a los de ella.
¿Por qué le haría…
Explosión.
Silencio.