Esta historia es real, pero si alguien duda de su veracidad, no puedo hacer nada por él.
Todas las mañanas, sobre las 7.30, Susan y yo, quedábamos en la esquina del restaurante Lamucca, cerca de la tienda de Sara. Ella llegaba a esa hora y nos saludaba con cara de sueño. Abría la puerta y encendía todas las luces.
Las dos observábamos cómo se iban iluminando uno a uno, todos los objetos de la tienda. Era preciosa.
Yo me había encaprichado de un reloj que se encontraba en el centro del escaparate.
Era antiguo, pero con un toque cool; me encantaba y no encontraba el momento de comprarlo y ponerlo en mi habitación.
Tenía la hora correcta, y yo siempre miraba mi reloj y los comparaba.
Cada semana, Sara cambiaba los objetos del escaparate, todos excepto mi reloj.
Ella sabía que me gustaba mucho, y que algún día conseguiría llevármelo.
Desde allí salíamos hacia el colegio, y nos íbamos contando lo que habíamos hecho la tarde anterior.
Una mañana, Susan me comentó que su padre no se encontraba bien.
Su madre y ella estaban muy preocupadas. Me daba mucha pena, yo conocía al señor Fleiser muy bien. Era amigo de mi padre, estudiaron juntos en el colegio, en el mismo que estábamos estudiando Susan y yo.
Y ahora, trabajaban juntos construyendo barcos. Era un hombre muy atractivo para la edad que tenía, y el hecho de que sufriera una enfermedad grave, me ponía triste.
Pasaron tres días, y por fin, llegó el viernes.
Llegué a las 7.30 y esperé a Susan como todas las mañanas.
Pero, después de esperar 10 minutos y ver como Sara entraba en la tienda, me preocupé. Miré hacia el escaparate y mi reloj no estaba. Miré hacia la esquina del restaurante, y vi cómo se acercaba hacia mí un hombre. Tendría unos 45 años, pelo oscuro y bastante alto.
Se me parecía a alguien, pero no venía a mi mente quién era.
Por fin, llegó a mi lado y era el padre de Susan. Llevaba algo en el brazo. Era un paquete.
Me dijo que hoy Susan no podía ir al colegio, que no se encontraba bien.
Yo le pregunté que cómo se encontraba él, y me dijo que por fin se le habían pasado todos los males.
Me alegré muchísimo.
Me acompañó hasta el colegio y antes de marcharse me dio el paquete.
Era un regalo para mí. Cuando quise darle las gracias, él había desaparecido.
Entré al colegio y no aguanté las ganas de abrir el paquete.
Era mi reloj. Lo había comprado para mí. Pero, algo le pasaba, marcaba las tres.
Me senté en mi pupitre y miré hacia el asiento de Susan.
Estaba vacío.
Llegó la profesora, y antes de que pudiera levantar mi mano para preguntar por qué mi amiga no había venido esa mañana, la profesora nos comunicó, que el padre de Susan había muerto esa noche a las tres.