El niño mira fijamente el televisor, lo vemos de perfil: está sentado en el piso con las piernas cruzadas una sobre otra como si estuviera en un proceso intenso de meditación. En el fondo se escucha la tele. Si alguien quitara ese sonido, sólo se escucharía su pecho hinchándose y deshinchándose, inhalando y exhalando aire. La habitación es oscura, la única luz que la ilumina es la que sale de la TV. El niño observa la pantalla, se balancea de atrás hacia adelante en un movimiento lento, casi imperceptible.
Ahora lo vemos de frente: tiene ojos grandes, cejas espesas, tez morena. Sus pupilas se ven enormes, perdidas. El chiquillo está absorto, su boca se encuentra abierta. Lo único móvil en él son las manos que juguetean entre sí, jalándose los dedos, acariciando las palmas sudadas. A su lado hay un cuaderno abierto con dibujos o escritos que no alcanzan a entenderse, su letra parece nerviosa, histérica. Detrás de él, por encima de su cabeza, a unos metros de distancia, se encuentra una ventana de herrería blanca que da a la calle.
Dejemos al niño tranquilo, vayamos a la ventana. Es de noche, en la calle se ven sólo unas cuantas farolas encendidas. Las casas apenas se mantienen en pie, están inundadas de grafitis. En la esquina hay un grupo de mujeres con minifalda. A nuestra espalda se sigue escuchando la narración del partido, pero también se percibe un golpeteo como de madera.
¿En qué estará pensando el chiquillo extraño que mira fijamente la TV? El golpeteo aumenta la intensidad de tal modo que se vuelve imposible no voltear al lugar de donde viene el sonido. Vemos al pequeño girar bruscamente su cabeza y ver el baúl, voltea de nuevo al frente, agacha la cabeza y se levanta despacio, de manera torpe. Con el primer paso patea la libreta hacia nosotros. Él se acerca al baúl; forzamos la vista para ver qué hay en el cuaderno, sólo nos alumbra la luz del televisor. El dibujo parece una caja rellena frenéticamente con pluma negra, debajo hay una muñeca hecha de palitos y bolitas, su cabello es rizado. En grande, atravesando la página de esquina a esquina, hay una S repasada una y otra y otra vez, seguida de muchas H. «SHHHHHH».
Abre la caja. Se escucha un breve sollozo, un grito inocente, agudo, chillón y, luego, un golpe seco. Desde donde estamos parados no se alcanza a ver lo que pasó, sólo la leve sonrisa del niño antes de cerrar la puerta de nuevo.
De nuevo está sentado en el piso con las piernas cruzadas una sobre otra como si estuviera en un proceso intenso de meditación. El niño observa la pantalla, se balancea de atrás hacia adelante en un movimiento lento, casi imperceptible. Las manos juguetean entre sí, jalándose los dedos, acariciando las palmas sudadas. Detrás de la tele se escucha su pecho hinchándose y deshinchándose. De pronto, una risita traviesa. «A mamá le va a encantar», musita.