Existen muchas formas divertidas para matar el aburrimiento. Escuchar música, jugar videojuegos, salir con amigos o leer algún que otro libro. Ya había pensado en cada una de esas ideas Christian Allan Drims, adolescente de dieciséis años, menudo, con cabellos largos y que acostumbraba vestir fuera de moda. Pero no se decidía. Era un “ateo musical”, pues renegaba de los géneros musicales existentes. Consideraba los videojuegos un método para lavarles el cerebro a los jóvenes. Amigos no tenía, pues creció solo, acompañado únicamente de su madre. Sin embargo amaba profundamente los libros, aunque poseía muy pocos y ya los conocía de memoria.
En el cuarto del apartamento en que vivía, mohoso y desvencijado ya que dependían totalmente del salario materno, se preparó para visitar una librería donde ofertaban libros usados a buen precio. Contó las monedas ahorradas a costa de pasar hambre. Apagó las luces y se marchó.
«Ojalá encuentre algo de terror, de Stephen King, Poe o Lovecraft» Pensó el joven.
Entró al local. La vendedora lo siguió con la vista. Observó un nuevo anaquel: ¨Libros de conjuros verdaderos¨. Había más de cien. Los revisó todos. Ninguno le llamó la atención. Hasta que abrió uno: “Sus rostros, sus voces, sus llantos”. No mencionaba al autor y estaba sellado. Decidió llevarlo. La vendedora lo miró atónita: «Es gratis», le dijo. Extrañado, agradeció y corrió a casa.
Al llegar se encerró en su cuarto para leer con calma. Al intentar abrirlo se convirtió en cenizas. Se enojó, sospechando un timo, pero como aún era temprano, decidió regresar a la librería. Al llegar a la sala, notó algo distinto en la habitación, era un librero.
El muchacho se acercó, asombrado de la aparición repentina del estante. Hojeó un libro, estaba en blanco. Repentinamente lo invadieron numerosos susurros que le decían.
-No es el ¨Real¨, no, no. Continua buscando, te espera, no se irá.
Estos murmullos le asustaban, pero no podía dejarlos, debía encontrar “el Real”.
Al hallarlo cesaron los murmullos. Era el mismo que comprara en la mañana, pero esta vez, traía el nombre del autor: Christian Allen Drims. No lo podía creer. Se sintió mareado según leía. Sin saberlo, su alma estaba siendo devorada por una entidad espectral, que parecía leer en voz alta lo que resaltaba el joven con la vista.
“TÚ ERES MÁS, TÚ ERES ESTE LIBRO Y ERES YO”
“MIRA SUS ROSTROS. TÚ LOS MATASTE, TÚ LOS CONDENASTE CON ESTE LIBRO, MIRA SUS NOMBRES Y REFLEXIONA.”
Llegó al final, donde se apreciaban unos nombres y fotografías.
“Henry Dorman, Helena Johansson y Paul James Miriel”.
Se sentía debilitado, en su cabeza se repetían las palabras leídas. Desfallecido, cerró los ojos…
Al regresar su madre, solo encontró un libro viejo en el suelo, sin título ni autor. Lo abrió. Contenía varios nombres y fotografías. Al leerlos comenzó a gritar, aterrorizada:
“Henry Dorman, Helena Johansson, Paul James Miriel, Christian Allen Drims”.
Y allí estaba el rostro de su hijo…muerto.