Llegué al final del proceso, de desgarrarme la carne, de entender quién era sin necesidad de cobijo, no podía permitirme ser huésped y parásito a la misma vez.
Sí, el comienzo no fue el inicio como tampoco este final será la plácida paz esperada, voy a vivir esperándote a que sonrías, traspasarás la frontera y desdibujarás la mueca tan perfecta. Quiero dibujarte en la pared, me gusta como te derramas, fracturar tus sombras sin tocar ni un hueso. Tu silueta es digna de observarte toda la noche, créeme, lo hago.
Suelo alcanzar el clímax cuando se te eriza la piel por el dulce terror de lo ajeno, acuarelas lúgubres mezcladas con el sudor de tus pesadillas me regalan el tono adecuado, fúnebre mi pincel requiere de su modelo, tú duerme, fallece en vida unas horas para mí, hazme feliz, sólo quiero pintarte, únicamente deseo el reflejo oscuro e invisible de tu tortura.
Tus primeros pasos fueron para mí la ilusión ferviente de verte arrastrar tus piernas amputadas por alcanzar una pelota. También recuerdo tu primer dibujo, la única vez que me has retratado delineaste mi sonrisa, me daba la vuelta los dientes a mi rostro, no ibas mal encaminado, ojalá pudieras verme como yo a ti.
Tu primer beso fue inspirador, autómata e infantil, cerraste los ojos, yo inmortalicé ese instante a brochazos de sangre, pudor, agonía y placer. Dijiste te quiero con ocho años y seiscientas sesenta y seis garras demoniacas atravesaron tu garganta para demostrarte mis celos, yo siempre tan posesivo.
Soy tan pragmático en el arte de aislar tu respiración y aspirar tus sueños que alcanzo descoyuntar mi mandíbula a lo largo de toda la cama, tú descansa.
La inspiración me provoca el morbo de ver tu último sorbo vaciarse en mi garganta que desboca hiel, miel áspera en mi boca.
No hay espejos en estas paredes, sólo cuadros etéreos, intangibles, indivisibles, evolutivos, reflejos de desechos mutilados de ti, no enciendas la luz, estoy trabajando.
Mi patrón, los ángulos desdichados de tu anatomía, vulnerables piezas de colección carnal. Avanzo presuroso a tu rostro, retrocedo súbito al lienzo y me abalanzo de nuevo a ti, no mires.
Mi museo y tú crecéis y yo dentro ti. Este sentimiento de la contemplación es eterno, panorámica maldición del artista abstracto, fetichista, esbozo una sonrisa cuando oigo la puerta sonar, acaricio las aristas sangrantes de mi embocadura, es hora de pintar.