Hacía tiempo que no veía a Julia, una chica de la universidad con la que tuve una aventura. Yo llevaba tiempo viviendo en Madrid y ella acababa de llegar desde Chicago. Me escribió diciendo que iba a alquilar un estudio en Malasaña, en la Plaza de Carlos Cambronero. Habíamos quedado a las cinco para tomar café en La Mucca que estaba justo debajo de su nueva casa.
Me resultó curioso que se pusiera en contacto conmigo. Yo me había portado bastante mal con ella y mis recurrentes infidelidades habían propiciado su marcha a América.
El sol brillaba con fuerza a pesar de ser invierno, así que me senté en la terraza del restaurante. Juli aún no había llegado y el camarero me preguntó qué deseaba tomar.
-Un descafeinado, por favor -le respondí.
Miré alrededor. El ambiente era muy cordial. Unas japonesas compartían tertulia con unos chicos. Reían y fumaban.
El mesero llegó con mi café minutos más tarde, sacándome de mi ensimismamiento.
De repente, sentí un escalofrío en la nuca. Una especie de vértigo que me mareó levemente. Y cuando me giré y vi a Julia sentada frente a mí, casi me caigo de la silla.
-¡No te he visto llegar! ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-Soy muy sigilosa.
-¡Tanto como un ninja! -le contesté casi sin aliento.
Estaba muy seria. "Esto va a ser incómodo", pensé.
El grupo de al lado no dejaba de mirarnos. Supongo que alertados por mis ridículos aspavientos.
-Estás muy pálida. Tanto como la nieve de Chicago.
-¿Eso era un chiste? La verdad es que desde que lo dejamos me volví muy fría.
-Vaya...
Era evidente que ella no había pasado página y a mí no me apetecía aguantar sus reproches, así que dejé a un lado mis intenciones de romper el hielo y fui al grano:
-¿Para qué has quedado conmigo?
-Solo quería decirte que ahora estoy en Madrid. Que voy a quedarme aquí y que voy a perseguirte.
-¿A perseguirme? -contesté atónita.
-A perseguirte. ¡Como tú me has perseguido a mí durante todos estos años! -gritó.
La gente nos miraba. Yo estaba tremendamente avergonzada.
-No voy a soportar esto. Ha pasado mucho tiempo.
-El pasado siempre nos persigue -concluyó.
Entonces, una chica se acercó:
-¿Está libre? -me preguntó señalando la silla de Julia.
-¿No ves que está ocupada? -respondí alterada.
La conversación ya me tenía bastante sobresaltada para que encima aquellos jóvenes vinieran a mofarse.
-Pero... si no hay nadie -dijo ella.
Me quedé petrificada. Incapaz de hablar o moverme.
Después de unos segundos de los que no soy capaz de recordar nada, reuní fuerzas y me marché.
¿Habría sido una alucinación? ¿Mi enfermiza mente habría inventado aquella conversación? Entonces, me percaté de que de mi bolso sobresalía un periódico ajado. En la portada se contaba cómo una chica española se había suicidado en un apartamento del centro de Chicago. Julia Hoyo, de tan solo 27 años, decía la crónica. Un trágico final para una joven recién llegada a la ciudad.