En la vida pasan momentos inexplicables donde el miedo a lo desconocido hace que se silencien los incidentes por temor a que se cuestione la cordura del narrador. En fin, si es que acabo por comprenderlo todo alguna vez.
Comenzó, hasta donde puedo contar, en un museo de mi ciudad, era una noche otoñal en 1994. Un frío día de trabajo, donde elegí llevar conmigo a mi mascota, la mitad del museo estaba a oscuras por un fallo eléctrico. Mi fiel perro Bastian y yo, fuimos a efectuar la ronda de seguridad, seguía mis pasos, todo iba bien hasta que al bajar al sótano sentí un escalofrío e inmediatamente después atisbé movimiento al fondo del corredor.
De pronto, mi perro se clavó en el suelo como si algo le hubiese helado la sangre, lo que fuera, tensó sus músculos, no quería moverse, mientras, intentaba convencer a Bastian para que siguiese adelante, algo tocó mi mano derecha entonces Bastian empezó a correr por las salas y yo detrás de él hasta que inexplicablemente se detuvo en una puerta que daba a la bodega, puerta que había permanecido cerrada al público hacía muchos años, unas obras muy largas. Al llegar, intento abrir la puerta con las llaves y observo que en el suelo había muchas hojas, no encontré explicación para aquello ya que la bodega era una cavidad sin ventanas o cualquier otra abertura al exterior, nada cobraba sentido, no podía pasar, cómo podía entrar tanta hojarasca en aquel sitio, un rastro de humedad impregnaba el suelo circundante, sin embargo lo peor no había pasado, un extraño viento comenzó a agitar mi pelo, procedía desde el fondo más oscuro y tenebroso de la bodega, un viento que hizo agitar con virulencia las hojas, Bastian empezó a llorar, pero no había forma alguna de que saliera de la bodega era como si le hubiese pegado las patitas en el suelo alguna fuerza sobrenatural, empecé a ponerme nerviosa y fue entonces cuando vi algo en frente de mí, una sombra se alzó, sobre los barriles de vino, no tocaba el suelo, vestía una blanquecina túnica y movía los brazos como si nos estuviese llamando, mi perro retrocedía ladrando y las hojas comenzaron a moverse en espiral rodeándonos, fue entonces cuando conseguí salir de allí con él.
Hoy por hoy no sé qué aconteció allí, pero lo qué si sé, es que mi perro ya no volvió a ser el mismo, se ponía en casa enfrente mía y me miraba durante horas sin moverse del sitio.
Quería comer sentado como yo y mi familia, no quería que le pusiera el collar de paseo, dormía en la cama con nosotros y nunca quiso ni acercarse al museo. Al cabo de los años pude saber, que en el aseo ubicado en la bodega murió por un accidente una trabajadora, desconozco si es relevante, pero me atemoriza y jamás he vuelto a ser capaz de caminar de noche por los pasillos de la bodega.