Eran las cuatro de la mañana y Blanca andaba sola por las calles camino a su casa. Volvía de una reunión de amigas, donde habían cenado y leído historias de terror.
Aquella noche las calles estaban oscuras, iluminadas solo por la luz de la luna. Blanca hizo caso omiso, pues pensó que se había ido la luz a toda la ciudad. Pero de repente una farola se iluminó, mostrándole un chico unos metros de distancia.
Era un niño de unos siete años, con el pelo negro y de tez pálida. Vestía con ropa antigua, un poco rota y sostenía una pelota roja. Blanca se extrañó de verlo a aquellas horas en la calle, así que le preguntó si estaba perdido, pero no obtuvo ninguna respuesta.
Decidió llamar a la policía, pero antes que pudiera coger el móvil, el niño le lanzó la pelota. Ella se la devolvió, pero en seguida él la volvió a lanzar. Ella se aproximó a él y le volvió a hablar. El niño abrió su pequeña boca y le dijo que quería jugar, mientras señalaba la pelota con sus dedos tenebrosos.
Blanca se asustó, pues la voz del niño era fría y escalofriante. Retrocedió, se giró y echó a correr. El niño caminaba y seguía, a una velocidad sobrenatural, por todas las calles. Cuando llegó a casa de su amiga, llamó urgentemente a la puerta. Esta se abrió, y socorrió a la asustada Blanca.
Ella se lo contó todo, pero nadie la creyó. Pensaron que se había inventado la historia, pues ninguno de ellos había visto al chico que la perseguía.
Pasaron días y se calmaron las cosas. Pero el periódico llegó y con él una noticia espantosa. Un niño había sido atropellado mientras jugaba con su pelota. Blanca corrió a ver la noticia, y vio que era el chico de la imagen era el mismo que la había atormentado aquel día.
Después de aquello, Blanca no volvió a verlo nunca más. Pero desde entonces, ella siempre cuenta la historia del niño con la pelota roja.