Adoración era una mujer de 50 años, con el pelo negro y la piel muy blanca que vivía en una casa vieja, pequeña y de madera, en mitad del bosque de Orrius, con su marido Fernán, un cazador de 55 años bondadoso y risueño. La casa era muy oscura y un tanto terrorífica ya que la madera de la casa hacia un ruido espeluznante y de repente sin darte cuenta, te recorría un escalofrío por el cuerpo.
Una noche Adoración desapareció y nunca más se volvió a saber de ella. Fernán continuó con su vida. Aquella mañana, salió a cazar pero estaba muy inquieto. Ese día era extremadamente singular. Era el aniversario de la desaparición de Adoración.
Cuando anocheció, empezó a escuchar pasos en la planta de arriba. Subió las escaleras, pero a mitad de camino, la luz se apagó y comenzó a escuchar arañazos en las paredes de la planta baja.
Inesperadamente, se encendió la luz y vio escrito con sangre en la ventana un mensaje que ponía “¡Pagarás por lo que me hiciste!” Estaba estremecido. De repente, apareció un reflejo borroso de su mujer en la ventana. Tenía toda la cara ensangrentada, con un disparo en la frente y la boca cosida.
Fernán intento huir de aquella casa maldita, pero no pudo. Todas las salidas estaban bloqueadas.
Se refugió en el sótano. Era oscuro. Sentía más cerca que nunca aquella presencia. Se dio cuenta de que una de las tablas de madera del suelo estaba más levantada. Decidió quitarla. Allí estaba, el cadáver de su mujer con el mismo aspecto del reflejo que se le había aparecido antes. Comenzó a recordar lo que había pasado la noche de la desaparición de Adoración. Había sido él el asesino de su mujer.
Fernán era sonámbulo y cuando se despertaba por las noches era muy agresivo, el no podía controlarlo, ni se acordaba a la mañana siguiente, debido a que en ningún momento era consciente de sus actos. Aquella noche, se había despertado sonámbulo y más agresivo de lo normal, por lo que su mujer trato de calmarlo. Sin embargo, consiguió lo contrario, Fernán se enfado aún más y harto de sus palabras la inmovilizó, atándola a la cama con ayuda de cuerdas muy resistentes y le cosió la boca para callarla. De este modo, su mujer no le podía decir ninguna palabra más, pero ella no se calló y debido a su dolor comenzó a gritar como podía, ya que le era imposible articular palabras. Fernán no podía aguantar más la situación por lo que decidió pegarle un tiro en la cabeza y de este modo silenciarla de por vida.
Cuando recordó todo lo ocurrido se derrumbo. Debido a su arrepentimiento y dado que él sabía que no podría vivir tranquilo por los remordimientos de la muerte de Adoración, decidió colgarse de una soga en el sótano para así morir junto a su mujer.
Desde aquel día, nadie ha vuelto a entrar a esa casa.