Nunca supieron de quién fue la idea, porque todos llevaban ya muchos gintonics encima, pero el caso fue que se pusieron a jugar a la ouija. El vaso empezó a moverse, empujado por los dedos de todos. Si bien al principio su rumbo era errático, de pronto empezó a hacerlo con velocidad y una extraña armonía. Y Nesco, el perrito de Teresa, se puso nervioso.
—¿Quién eres? —preguntó alguien.
—El Menudo —escribió el vaso, o quienquiera que estuviera allí.
—¿Qué quieres? —preguntó otro.
—Me duele el cuello —dijo El Menudo, y todos se miraron, desconcertados.
—¡Dejadlo! —gritó de pronto Teresa, que hacía un rato que había retirado su dedo del vaso y miraba algo en su móvil.
—¿Que pasa? —dijo Fede, que le cogió el móvil y leyó lo que consultaba Teresa en Google—.¡Ostrás! El Menudo existió de verdad. Era un pederasta que se escondía debajo de la cama de algún niño y por la noche salía, le violaba y luego le cortaba el cuello. Fue ejecutado en garrote vil en 1911.
Todos se miraron, demudados, y una pregunta flotó en el aire: si nadie conocía esa historia, ¿cómo era que había aparecido ese nombre y lo del cuello en la ouija? Risas nerviosas, comentarios burlones, ¡qué tontería! Pero, de pronto, todos tuvieron prisa por irse.
Cuando salían, alguien dijo:
—Dicen que hay que despedir al espíritu en la ouija, o se quedará entre nosotros.
Más risas nerviosas, más qué tontería, pero el caso fue que no lo hicieron y dejaron a Teresa sola en su ático, con Nesco cada vez más inquieto.
Tras despedir a sus visitantes, Teresa echó un vistazo a su dormitorio y cerró la puerta. Cuando volvía a la terraza, se preguntó por qué la había cerrado, y se dio cuenta de que había visto sus zapatos, que ella siempre dejaba ordenados bajo la cama, descolocados por la habitación. Notó que se le erizaba el pelo de la nuca. "¡Qué tontería!", se dijo, y se dirigió a su dormitorio. Pero, cuando estaba junto a la puerta, algo la hizo detenerse y escuchar. Y le pareció oír, al otro lado, la respiración de alguien. Retrocedió por el pasillo, andando hacia atrás, y cerró la puerta del salón. Permaneció allí un instante, con el pulso desbocado, mirando hacia la puerta. Nesco gemía, aterrorizado: percibía algo o a alguien. Entonces oyó que la puerta de su dormitorio se abría. ¿O era una puerta del ático de al lado? Retrocedió hasta la terraza, con la mirada clavada en la puerta de la sala, y creyó que la manivela se movía un poco. Lo que estuviera allí iba a entrar. Se subió a la barandilla, para pasar a la terraza del vecino. Miró aterrorizada hacia abajo, pero era la única posibilidad de escapar. En ese momento, oyó una puerta que se abría, y Nesco comenzó a aullar.
La encontraron con la cabeza reventada contra la acera y un extraño corte en el cuello.
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(*)Este personaje existió en realidad.