Cuando a Boris le propusieron colarse en el recinto ferial de Lodbrok no dudó ni un segundo
en apuntarse. Estaba claro, Boris necesitaba la aprobación por parte de aquel grupo, y sentía
como si aquellas propuestas fueran obstáculos que debiera superar para ganarse la aceptación
de éstos, y así, poder llegar a ser un respetado integrante. En principio el plan era colarse en
los coches de choque y los carruseles, pero algo más atractivo se les presentó frente a frente,
el laberinto de los espejos. Y para su suerte, la puerta de dicha atracción, estaba abierta.
Ésta vez, cuando a Boris le propusieron adentrarse el primero en aquel caos de cristal sí que
pareció dudar un poco. Boris tenía miedo, mucho realmente, pero estaba claro que quería ser
uno más así que se llenó de valor, y sutilmente empujó la puerta del establecimiento lo
suficiente como para ser capaz de deslizarse dentro. Una vez allí, apuntó con su linterna al
frente y la luz de ésta rebotó entre los numerosos espejos consiguiendo así un aporte lumínico
mayor. Avanzó unos pasos para así mostrar su valentía, pero para cuando quiso animarles a
entrar algo terrible sucedió. La puerta de dicho laberinto se cerró de forma brusca generando
así un sonido que recorrió en forma de escalofrió todo el cuerpo del muchacho. Éste,
consumido por sus miedos se olvidó completamente de su necesidad de ser integrante de
aquel grupo y corrió hacia la puerta para aporrearla.
“No tiene ninguna gracia, ¡abridme!, ¡abridme ahora mismo!, ¡Martín!, ¡Lucas!, ¡Robbe!,
¡Dani!, no es gracioso”- gritaba en bucle mientras con todas sus fuerzas seguía aporreando
dicha entrada.
Hasta que algo más estremecedor ocurrió. Uno de los espejos cayó al suelo, rompiéndose en
mil pedazos y generando un agudo sonido que hizo entrar más en pánico al pobre Boris. Lo
que el joven aún no sabía era que lo peor aún estaba por llegar, pero no tardó mucho en
descubrirlo, pues segundos más tardes apuntó con su antigua linterna hacia el fondo de la sala
y vio aquello que jamás quiso haber visto. Entonces comenzó a correr por dicha estancia, pero
no consiguió llegar muy lejos pues al poco tiempo chocó con su propio reflejo siendo
alcanzado por quien parecía conocer bien aquella jungla.
Al bloquear la puerta lo que los otros jóvenes no sabían era que Boris padecía del síndrome de
Charles Bonnet, el cual por sus problemas visuales le producía alucinaciones. Tras un buen rato
los chicos decidieron volver a abrir la puerta. Tras ella encontraron al joven portando
vertiginosos trozos de cristal provenientes del espejo que anteriormente se había precipitado.
Éstos asustados ante la situación corrieron a toda prisa en dirección a la salida del recinto.
Pero uno de ellos, Martín, no tuvo tanta suerte cómo el resto, y al tropezar con un bordillo fue
alcanzado por Boris, quien no dudó ni un solo segundo en hacerle pagar por el calvario que allí
dentro había sufrido.