“Trasmien tú me esle, yo te voserob y romiad. Quien zalinafi tees tolare, en sus asneli ráse dopatraa, y llae te rámato”.
Su vista cansada tras una larga jornada leyendo decenas de documentos en su portátil. Sus últimas noches se resumían en aquello, dejarse caer sobre su viejo sofá en la soledad de su salón para poder leer a los escritores quienes plasmaban hórridas pesadillas en sus relatos, unos más temibles que otros.
Entre tanto, el último que leyó fue particularmente extraño, como si sus líneas fueran más que solo eso, como si las palabras lo leyesen a él.
Llovía fuerte, el texto se titulaba “El juez” y de alguna manera le incomodaba sobremanera. Había algo que lo hacía ciertamente especial, lo leía repetidamente tratando de descifrar lo que allí se escondía, pero mientras más lo intentaba, los nervios más le consumían. Un cosquilleo en su espalda le hizo girarse rápido e inquieto, no había nada allí.
Pff. –Suspiró, sus dedos índice y pulgar se frotaban entre sí.
Pensó cerrar el documento para finalmente descansar, pero sus manos comenzaron a temblar irracionalmente. Sus ojos se posaron sobre la cámara frontal de su aparato al mismo tiempo que la escalofriante sensación de que algo le observaba empezó a apoderarse de él. Una vez más se hacía notar aquel cosquilleo, como dedos helados deslizándose por su nuca, su pecho latía furiosamente, y las gotas de sudor empezaban a caer por su frente delatando el pavor que le invadía desde sus adentros.
Tapó con desespero la cámara y volvió a leer el extraño fragmento inicial. Su sangre se heló y se encontró fuera de sí cuando se percató finalmente de lo que allí decía, y de cómo las silabas estaban invertidas en cada palabra. El sonido de pasos retumbaba en su cabeza. Envalentonado, se puso de pie y miró en todas las direcciones, silencio y soledad a su alrededor.
Mordía sus labios, intranquilo, luego los relamía. Se movió apresurado, apagó el portátil y bajó su pantalla, se recostó nuevamente sobre su sofá mientras reflexionaba sobre la sugestión y que quizás no debió aceptar ser juez en aquel concurso. Se levantó sobresaltado al percatarse, con el abrir de sus ojos, que su portátil estaba nuevamente encendido y abierto.
¿Soñé? –Dudó un instante.
Confundido se acercó al ordenador. Se encogió al notar que el relato en cuestión estaba abierto.
¿Qué demonios? –Susurró incrédulamente.
Cerró el archivo sin más, pero tras el documento estaba la webcam encendida. Admiró con inquietud aquello y se fijó en la carpeta de las últimas fotografías, se perturbó descontroladamente al notar la inmensa cantidad de fotos recientes que había de él, acostado sobre el sofá. Con prisa y nervios fue pasando de una foto a otra hasta llegar a la última, tomada escasos segundos atrás. Él, de pie, una mujer al fondo del salón, mirándole.