Por poco se choca contra la puerta de cristal al entrar. Se sienta y pide un café sin levantar la vista del móvil. Aún está en estado de shock. No puede creer el mensaje. Demasiada perversidad en solo tres palabras: «estoy con Joel». Maya, su mejor amiga, su confidente. Después del despido de ayer, esto es lo último que le faltaba.
―¿Azúcar?
Los ojos inquisitivos del camarero la sacan por un momento de su nube. Asiente y mira a su alrededor: ella y un joven sentado enfrente son los únicos clientes. Creía haber entrado en una cafetería, pero se encuentra en una pizzería con paredes de ladrillos vista y amplias cristaleras que parecen transformar la calle en una gran pecera.
Al posar levemente la mirada sobre el joven de la mesa de enfrente, sus ojos se encuentran y él aprovecha ese instante fugaz para levantarse e ir a su encuentro.
―Hola Marta, soy Ángel, ¿te acuerdas de mí?
Marta no recuerda, pero al ver que él conoce su nombre, vacila. Sin perder un segundo, Ángel la saluda apresurado y al acercar su rostro para darle dos besos al aire, le susurra:
―Por favor, invítame a sentarme contigo.
Hay un matiz de súplica en su voz. Desconcertada, Marta le invita con un gesto, y él se sienta visiblemente aliviado.
―Gracias por la confianza. Por favor, escucha bien lo que voy a decirte porque tenemos poco tiempo. Las cámaras de la calle nos vigilan, así que es importante que parezca que tenemos una charla agradable aunque lo que oigas te sorprenda. He venido a salvarte del juego porque tu vida está en peligro.
―¿Qué juego?
―Sé lo de Maya. No es ella quien te ha enviado ese mensaje hoy, sino el jugador que quiere acabar contigo.
―¿De qué me estás hablando? ―balbucea Marta, incrédula.
―De gente con mucho dinero. Gente perversa y aburrida de la vida que es capaz de pagar por hacer sufrir a otros, manipulando los acontecimientos por puro placer.
―¿Pero cómo?
―La tecnología de hoy lo permite, y las redes sociales hacen el resto. Aquí estamos a salvo gracias a un inhibidor de frecuencias, pero tienes que desconectar tu smartphone enseguida y marcharte con lo puesto. Te ha elegido uno de los jugadores más sanguinarios, no se detiene ante nada y cuando juega, va a por todas. Ahora está ansioso por ver cómo reaccionas ante su última jugada. Lo sé porque… hizo lo mismo con mi hermana, ―acaba Ángel, con la voz quebrada.
Marta traga saliva, piensa en su mala racha y por un momento todo parece encajar como las piezas de un puzle. Pero luego duda: no puede creer en tanta perversidad, no existe gente así. Observa incrédula a Ángel, se levanta precipitadamente y se va sin pagar.
El camarero intercambia con el joven una mirada de derrota. No tardan mucho en escuchar, como en un baile perfectamente coreografiado, el frenazo súbito, el golpe seco, los gritos y el bullicio, el eco de la ambulancia que se aproxima.