María entró en la consulta del doctor Ricardo Del Amo, psicoanalista. Se disponía a iniciar
una terapia destinada a tratar el extraño mutismo que la aquejaba. La joven de 16 años
había perdido el habla y se había demostrado que la causa de esta dolencia no era física.
Según el doctor el origen del problema se hallaba en su subconsciente.
El extraordinario parecido que María guardaba con Ángela causó una fuerte impresión en
Ricardo. Además se daba la circunstancia de que ese día hacía un año exactamente de su
desaparición. Redundando en la extrañeza, María se detuvo a contemplar el retrato que él
había colocado sobre el escritorio poco después de perderla. Lo sostuvo en sus manos
unos segundos, pensativa. Visiblemente afectado por todo ello el doctor la invitó a tumbarse
en el diván.
Siguiendo sus instrucciones la niña cerró los ojos y se dejó llevar. Ricardo la guió a través
de un edificio imaginario, una suerte de palacio mental que la joven recorrió hasta llegar a
un jardín secreto, oculto al final de un pasadizo. Una vez dentro la conminó a contemplarlo
detenidamente y a decir qué le inspiraba. De pronto la joven comenzó a hablar:
- ¿Padre, dónde estoy?
Ricardo volvió a sentir el peso de la casualidad.
- ¿Quieres hablar con tu papá, María? Podemos llamarle si quieres.
- Estoy hablando contigo, padre - Respondió ella - ¿No me reconoces?
María gesticulaba angustiada, tenía la frente empapada en sudor.
- ¿Padre, por qué no me contestas?
Ricardo intentó hablar pero fue incapaz, la situación le superaba. La joven, tan parecida a
Ángela, se incorporó súbitamente y dirigiendo sus ojos en blanco hacia él gritó
desesperada:
- ¡Padre, sácame de aquí por favor! ¡Ayúdame!
En ese preciso instante el retrato de Ángela cayó del escritorio y chocó violentamente contra
el suelo, justo a los pies del doctor. Este, enloquecido, abandonó la habitación. Pasó
corriendo por la sala de espera y entró en el pasillo como un trombo en una arteria, camino
de la escalera.
Yo me encontraba allí, había acompañado a María fingiendo ser su padre.
Me asomé por la ventana del descansillo para ver qué hacía el bueno de Ricardo.
Comprobé que se estaba dejando las uñas