Carlos acudió, como todos los días, a la piscina cubierta de su municipio; se quitó la ropa, el calzado y los calcetines. Se puso el bañador, las gafas de bucear, y se lanzó con fuerza al agua. Pero cuando salió a la superficie, se encontró en un lugar totalmente desconocido.
Las paredes habían sido sustituidas por un cielo opaco; los sonidos, por un silencio abrumador; la quietud: pesada, sofocante. El líquido seguía allí, tan transparente como el cristal. Observó a su alrededor y advirtió una gigantesca sombra a su derecha: un hombre acostado sobre una hamaca. Sobre su cabeza, la bóveda celeste se estrechaba hasta dar con un techo blanco que a Carlos le sonó al interior de un tapón.
Nadó hacia la sombra, pero una especie de barrera invisible le impidió continuar. Confuso, tocó su superficie y se sorprendió al notar el tacto del plástico en sus manos. Comenzó a dar golpes, a vociferar; lo único que consiguió fue la respuesta del silencio. Derrotado, empezó a inspeccionar el recinto. Avanzó lentamente, intentando mantenerse sobre la superficie. Descubrió que daba una circunferencia perfecta, y una terrible idea se le metió en la cabeza, sin embargo, era tan inverosímil. No… No podía ser ¿O sí lo era? El terror atenazó su cuerpo.
Intentó llamar la atención de aquel hombre, pero una fuerza extraña lo empujó a las profundidades. Aterrado, buscó el origen de aquel fenómeno, y descubrió unos dedos oscuros aferrándole la pierna. El miedo le invadió, y braceó con todas sus fuerzas hacia la superficie; no sirvió de nada.
Como visiones espectrales, las imágenes de peces y reptiles muertos empezaron a aparecérsele; las cuencas vacías, el cuerpo podrido. Luego, bestias mucho más grandes: una vaca le siguió en su descenso con sus ojos muertos. Un caballo, un tigre, un león. Finalmente, aparecieron hombres, mujeres y niños: todos con la piel blanca y una horrible mueca de terror en sus labios. Casi no le quedaba oxígeno, su mente gritaba por un atisbo de aire; volvió a oponerse con las pocas fuerzas que le quedaban, pero fue inútil.
Unas manos aferraron la botella; su cuerpo sufrió una terrible sacudida cuando la volcó en el cielo, y se vio arrastrado por un torbellino violento mientras contemplaba con horror como ante él se abría un hondo abismo.
—¡Me va a tragar! —pensó aterrado antes de caer hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo…