Era bastante raro que nadie lo conociera, al menos eso pude intuir por la total indiferencia de los demás. Yo desde luego no lo había visto nunca a pesar de llevar más de siete años tras la barra de ese mismo bar. En mi favor tengo que decir que poco habló conmigo tras pedirme su copa. Un par de tragos y ya estaba apurada, se levantó, cogió su sombrero negro y se marchó sin despedirse de nadie. Tampoco es que se prestara demasiada atención a ningún desconocido, los bares de carretera es lo que tienen. Creo que pude adivinar como su silueta enfilaba por el lateral izquierdo del edificio, aunque no sabría decir con precisión si se disponía ir al servicio o tan solo había aparcado en aquel lado. Con la lluvia que caía y la suciedad que acostumbraban a tener los ventanales era fácil no distinguir lo que se encontraba al otro lado. Cerca de las cuatro de la mañana las pocas personas que se encontraban en el bar comenzaron a marcharse, algunos más beodos que otros. Una vez cerrada la puerta me percaté que en el sitio donde había estado el hombre desconocido había una mochila bastante grande. Yo, curioso por naturaleza, la abrí sin planteármelo demasiado. Mi corazón casi se sale por mi garganta cuando noté al meter la mano que otra mano me la acariciaba suavemente. Lo noté con la misma claridad que guardo este recuerdo grabado en mi memoria. Intenté cerrar la mochila pero las manos, que parecían no ser del tamaño de una persona adulta, luchaban brevemente por escapar. Con un esfuerzo considerable logré de nuevo cerrar la cremallera. Tiré la mochila lejos de mí y en ese momento una mano se posó en mi hombro derecho. Cada tesela de mi cuerpo tembló de puro miedo. Aunque peor fue lo que contemplé a continuación. Aquella mano hizo un breve gesto para darme la vuelta. Al girarme observé horrorizado como aquel hombre que horas antes había estado tras la barra carecía de rostro. Tan solo una sonrisa simétricamente pálida se le veía debajo del sombrero. Ni tan siquiera los ojos ni ninguna otra facción de la cara pude admirar antes de desmayarme. Cuando me desperté me encontraba completamente solo en el bar. Sentado en reposo sobre una de las mesas. Al principio todo me parecía muy extraño, como un sueño etílico. Me levanté titubeante y fui a ver las cámaras de seguridad. No había ni rastro de aquel hombre de negro. Ni antes ni después del incidente con la mochila. Todo lo demás estaba grabado menos la presencia de aquel hombre. Su sonrisa todavía aflora en mi mente cada noche en cada esquina de mi habitación mientras noto como unas pequeñas manos acarician las mías.