Todo comenzó con una mujer que se enamoró de un asno. Cuando decidí acampar aquí, no sabía nada acerca de él. La primera vez que escuché su nombre fue cuando llegué al pueblo, antes de partir a mi expedición, y entonces no creí nada de lo que me contaron.
Hubo una vez, hace mucho tiempo, un matrimonio que vivió en una cabaña en las profundidades de este bosque junto a Urko, su asno de pelo negro como el carbón. El hombre siempre estaba fuera, mientras que la mujer, completamente sola, se afanaba manteniendo en pie la vieja cabaña. Cada noche, el hombre regresaba a la casa y dormía con su mujer; ella le rogaba que le dedicara más atención, pero él nunca le hizo caso.
Toda la compañía que tenía la mujer en ese bosque de árboles retorcidos era Urko, y poco a poco empezó a vincularse más con el animal. Comenzó a hablar con el asno como si fuera una persona, le contaba sus miedos y secretos más íntimos, reservaba una parte de lo que cocinaba para él y comían juntos, dedicaba su tiempo en cepillarle, lavarle y cuidarle hasta que lo quiso como a un hijo. El hombre regresaba a casa cada noche, pero la mujer ya no le dirigía la palabra, simplemente dormían en la misma cama. Pasaron los meses, llegó el duro invierno y la mujer perdía cada vez más la cabeza; se enamoró de Urko hasta que este fue real y su marido una simple ficción.
Como las noches en el bosque eran muy frías, a la mujer empezó a darle pena dejar a Urko fuera cuando ella se iba a dormir. Una noche, volviendo el hombre a la cabaña, se encontró con que su mujer había metido al asno dentro de la casa. Indignado, sacó a la bestia de su hogar y la ató a un árbol. La mujer, furiosa, le pidió que le dejara estar dentro ya que hacía mucho frío pero, una vez más, el hombre no le prestó atención. Esa misma noche, ella salió de la cama, agarró las tijeras de cortar la carne y degolló a su marido. Allí, enloquecida, viendo el terrible crimen que había cometido por defender al asno, pagó toda su ira contra el animal y también le cortó el cuello. Tardó días en reaccionar pero, cuando los cuerpos comenzaban a oler, queriendo recuperar todo lo que había perdido, cosió la cabeza de Urko al cuerpo de su marido. Así fue como, animal y hombre, resucitaron.
Cuentan que en poco tiempo la mujer se ahorcó ante el horror de lo que había creado, pero que el hombre asno, inmortal, sigue vagando hoy en día por estas tierras. Dicen que, por la noche, puedes escuchar un asno rebuznar en el silencio del bosque, y que eso será lo último que oirás aquí.
Estoy solo en mi tienda de campaña. Es de noche, hace frío y en la oscuridad del bosque un asno está rebuznando.