Es tarde y la espera pone muy nerviosos a los comensales.
Al comensal 94 se le ve además fastidiado. Para lograr asistir, Alex le había robado la entrada
al novio de su ex-mujer.
Además le había dicho a ella que tenía un viaje de trabajo y no podría cuidar a los niños y había
mentido a su jefe diciéndole que sus hijos estaban enfermos y que su ex mujer no quería
hacerse cargo de ellos.
Había mucha gente afuera aguardando el momento y desde hace días, pero él había logrado
entrar y junto a otros 99 comensales abrirían el Gran Concurso que llevaban anunciando en la
ciudad desde hace 6 meses.
Los cinco mejores cocineros del mundo les servirían. Claro que valió la pena colarse. Recetas
perfectas. Ingredientes ocultos.
Un jurado ataviado en impolutas batas blancas. Y al final de un pasillo de baldosas negras, la
sala Tánatos, cerrada con gruesas puertas de metal blindado. “Para morirse de placer” había
dicho la presentadora del concurso, anunciando, por fin el inicio. Ya era hora.
La hermosa vajilla de oro se iba esparciendo mesa a mesa en el lujoso comedor. Los camareros
serviles sonriendo y atendiendo a la más mínima demanda de cada comensal.
Las reglas eran claras. La campana sonó y todos empezaron a comer a la vez. Con gran deleite
y disfrutando de la explosión de sensaciones hasta terminar el contenido del último plato.
Se escuchaban murmullos y pequeños gemidos de placer. Olores intensos y sabores muy
variados se combinaban en un cóctel perfecto.
La campana sonó. Todos los comensales se sonreían unos a otros. Alex pensó “tendré que
regalarles algo bonito a mis hijos, incluso a mi ex mujer”
Uno de los jueces apretó un botón al tiempo que gritaba: ¡¡El tiempo comienza ya!!
A los pocos segundos un cronómetro gigante se descolgó del techo. Y los enormes números
rojos empezaron a contar segundo a segundo.
Todos miraron extrañados a su alrededor. Caras de placer y expectación: de la puerta
empezaron a salir los cocineros. Su actitud parecía la de un científico que espera con ansiedad
los resultados de su experimento.
Los comensales miraban a sus chefs con adoración. Cada concursante se situó en la cabecera
de la mesa donde se habían degustado sus platos: 25 comensales por cocinero. Empezaron los
aplausos. Pero una tos rompió la ovación.
Y una cascada de toses inundó la habitación. Las toses se convirtieron en quejidos y poco a
poco los desmayos se fueron sucediendo.
Alex cayó de la silla. Sentía una hoguera encendida en su estómago.
Los cocineros nerviosos, se apresuraban a comprobar cada una de sus mesas.
Uno de ellos grito: ¡¡Ya está!! Paren el cronómetro, ¡¡he ganado!!
El cronómetro paró en seco.
13 segundos.
Tenemos récord, dijo uno de los jueces.
25 comensales en 13 segundos. Impresionante.
Preparemos la sala para los siguientes comensales.
Uno de los jueces abrió la sala Tánatos. Una gran chimenea esperaba encendida al fondo.