He trabajado muchos años de mi vida para llegar a este momento. Tal vez así se sintió
Napoleón cuando acercó la corona a su cabeza. Al filo de la gloria. Coronaré mi juramento
entre sonrisas de deleite. Los borbotones de sangre, los gemidos de dolor y los gritos serán la
preciada diadema.
¿Quién podría pensar que el oficio de los humildes cristianos, San José y Jesús, me abriría la
puerta de la venganza? En su honor y como recordatorio, he dejado crecer mi barba
absolutamente pulcra e impecable, como es la madera en mis pensamientos.
Los dueños del prestigioso Restaurante Lamucca, me contrataron para hacer la mueblería de
los nuevos espacios ampliados de su próspero negocio. Yo también he sido exitoso,
especialmente para lograr este contrato.
-¿Les gusta la madera?-
-Yo por la sangre, hago los mejores muebles que ustedes deseen-, conversaba habitualmente
dentro de mí.
Es el día de la entrega. Junto a mi personal, he colocado el mobiliario en su sitio. Por el
excelente negocio, obsequié personalmente al dueño del Restaurante un impresionante
espejo. La montura es de finas maderas con tonalidades de ensueño exaltadas con
innumerables símbolos atávicos. Sin duda, se convertiría en la singular pieza para enaltecer el
ego de cualquier visitante.
Tal como lo tenía previsto, la esposa del dueño llegó y quedó maravillada por el obsequio.
Buscó una distancia apropiada para admirarse y dar el visto bueno. Este era el momento
cumbre. La corona de sangre está a 45 grados de mis ojos y empieza a sangrar.
Atrapé la atención de la mujer con mi locuacidad. Dentro de mí, estoy burlándome. Soy el
nieto que adoraba a sus abuelos, dueños del espejo. Y la historia de una luna menguante que
fundió el amor de los abuelos cuando juraron frente al espejo. Desearon por varios minutos los
más nobles y altos deseos mientras la magia se hacía presente. Fueron felices y hasta juntos
murieron. La pareja quedó convencida y el dueño además pensó sacarle provecho económico
a esa magia, así en esas noches de luna, su negocio estaría más concurrido.
Hoy es luna menguante y ese matrimonio está emocionado. Se ubicaron frente al espejo, y yo
viéndolos discretamente, hasta había afeitado mi barba para que no me reconocieran.
Permanecieron los minutos indicados anhelando el bien, mientras yo, invocando a mis abuelos
diabólicos, hacía los conjuros respectivos. Cada símbolo atávico tenía un conjuro superior que
había memorizado año tras año. La pareja gritaba desgarradoramente mientras salpicaba
sangre por doquier. Los empleados y clientes paralizados por el horror observaban cómo la
pareja era siniestramente absorbida a pedazos por el espejo. Se escuchó un gran estruendo y
el espejo desapareció. Un olor a azufre se esparció por el Restaurante. Finalmente, había
vengado a mi abuelo. Sangre por sangre. Ascendiente por descendiente. La corona ahora está
ceñida sobre mi cabeza, la sangre ha corrido y los gemidos de dolor han refrescado mi alma.
Abuelo Napoleón, puedes descansar en paz.