Lanzas una última mirada al espejo del baño, el que pusiste la noche anterior contra la pared para que no reflejase nada, el mismo que tiraste por la ventana del patio y se rompió contra el suelo.
Te estás volviendo loco, sabes que no puede ser, pero ahí está, colgado sobre el lavabo. No te atreves a lavarte la cara a pesar de que necesitas refrescarte, temes enfrentarte a lo que puedas ver más allá de tu hombro.
Sus ojos no son como los tuyos, labios rotos y agrietados, piel pálida y quebradiza, el pelo cae en cascada sobre sus hombros, y su pecho, protegido por un simple camisón, está oscurecido por la sangre.
Cada uno de los días que has pasado en esa casa te ha ido robando la vida, cada evento, cada suceso…, y corres hacia el dormitorio en un último intento por escapar.
Cierras la puerta, saltas sobre la cama, te escondes bajo las mantas, cierras los ojos, rezas. Todo acaba cuando oyes abrirse la puerta y escuchas el murmullo de unos pies descalzos sobre el duro suelo de cemento de la casita donde querías descansar. Ella siempre se quedaba en el pasillo, pero sientes un peso extra en el colchón. Aprietas los párpados.
Las mantas vuelan, quedas en posición fetal sobre el colchón, Por primera vez sientes su olor, un aroma pútrido que te provoca arcadas.
—Hace frío —su voz retumba en las invisibles paredes de una cripta.
Sientes las lágrimas calientes corriendo por tu cara. Tu corazón da saltos, te estremeces… Sólo deseas no estar ahí. Quieres vomitar.
Abres un ojo levemente y por un segundo la ves ahí. Reparas en su piel, una masa viscosa que se pudre lentamente, con pelo caído adherido a las llagas, sangrando sobre el suelo.
Aprietas los ojos y sientes el contacto de sus dedos helados contra tu cuero cabelludo, notas con repugnancia cómo te cubre con el viscoso residuo de su carne marchita, y se tumba a tu lado, abrazándote.
Lloras, sientes la soledad y el miedo, lleva tanto tiempo perdida en la oscuridad, le duelen las heridas. La sensación de sus dedos deshaciéndose sobre tu piel, y ese olor…, te mareas, sientes arcadas.
Cuando abres los ojos persiste la pestilencia en el aire, hay manchas sobre tu cuerpo y el colchón. Te levantas corriendo. Deseas que, como siempre, durante el día nada ocurra. Recoges tus cosas para meterlas en el coche a toda velocidad, sintiendo todavía cómo se estremece todo tu cuerpo cada vez que pasas por delante del baño.
Y subido al coche ves por el retrovisor, el destello sobre la superficie del espejo, encima de la maleta. Notas ese sentimiento de soledad y pérdida junto a un extraño helor en tu nuca. Por el rabillo del ojo la vez, una espesa mancha sanguinolenta ha ensuciado el asiento del copiloto.
Sus corruptos labios retorcidos en una macabra sonrisa, te dejan ver sus dientes ennegrecidos por la sangre.
—Tranquilo, el espejo lo llevo yo.
Te estás volviendo loco, sabes que no puede ser, pero ahí está, colgado sobre el lavabo. No te atreves a lavarte la cara a pesar de que necesitas refrescarte, temes enfrentarte a lo que puedas ver más allá de tu hombro.
Sus ojos no son como los tuyos, labios rotos y agrietados, piel pálida y quebradiza, el pelo cae en cascada sobre sus hombros, y su pecho, protegido por un simple camisón, está oscurecido por la sangre.
Cada uno de los días que has pasado en esa casa te ha ido robando la vida, cada evento, cada suceso…, y corres hacia el dormitorio en un último intento por escapar.
Cierras la puerta, saltas sobre la cama, te escondes bajo las mantas, cierras los ojos, rezas. Todo acaba cuando oyes abrirse la puerta y escuchas el murmullo de unos pies descalzos sobre el duro suelo de cemento de la casita donde querías descansar. Ella siempre se quedaba en el pasillo, pero sientes un peso extra en el colchón. Aprietas los párpados.
Las mantas vuelan, quedas en posición fetal sobre el colchón, Por primera vez sientes su olor, un aroma pútrido que te provoca arcadas.
—Hace frío —su voz retumba en las invisibles paredes de una cripta.
Sientes las lágrimas calientes corriendo por tu cara. Tu corazón da saltos, te estremeces… Sólo deseas no estar ahí. Quieres vomitar.
Abres un ojo levemente y por un segundo la ves ahí. Reparas en su piel, una masa viscosa que se pudre lentamente, con pelo caído adherido a las llagas, sangrando sobre el suelo.
Aprietas los ojos y sientes el contacto de sus dedos helados contra tu cuero cabelludo, notas con repugnancia cómo te cubre con el viscoso residuo de su carne marchita, y se tumba a tu lado, abrazándote.
Lloras, sientes la soledad y el miedo, lleva tanto tiempo perdida en la oscuridad, le duelen las heridas. La sensación de sus dedos deshaciéndose sobre tu piel, y ese olor…, te mareas, sientes arcadas.
Cuando abres los ojos persiste la pestilencia en el aire, hay manchas sobre tu cuerpo y el colchón. Te levantas corriendo. Deseas que, como siempre, durante el día nada ocurra. Recoges tus cosas para meterlas en el coche a toda velocidad, sintiendo todavía cómo se estremece todo tu cuerpo cada vez que pasas por delante del baño.
Y subido al coche ves por el retrovisor, el destello sobre la superficie del espejo, encima de la maleta. Notas ese sentimiento de soledad y pérdida junto a un extraño helor en tu nuca. Por el rabillo del ojo la vez, una espesa mancha sanguinolenta ha ensuciado el asiento del copiloto.
Sus corruptos labios retorcidos en una macabra sonrisa, te dejan ver sus dientes ennegrecidos por la sangre.
—Tranquilo, el espejo lo llevo yo.