El enfermero
Forzó la puerta y entró. Observó que un individuo reposaba tendido en una camilla, inmóvil.
Al adaptarse sus pupilas a la penumbra, horrorizado, vio algo que se le antojaba imposible; más que un humano aquello parecía un paquete. La forma que se adivinaba debajo de la sabana que lo cubría quedaba bruscamente recortada sin dar opción a pensar que de ese tronco pudiesen prolongarse las correspondientes extremidades.
Alarmado, quiso salir de allí. Intentó abrir la puerta que únicamente disponía de un orificio en el que cabía un dedo. Cuando hizo ademán de introducir su indice para tirar de ella, escuchó un grito desgarrado para que no lo hiciera pero ya era tarde, su dedo había entrado en el agujero. De un golpe seco, una cuchilla afilada le seccionó el dedo y provocó que saltara hacia atrás, cayendo encima de la camilla. Aturdido, se incorporó y mientras contemplaba estupefacto la mutilación certera, entre la segunda y tercera falange, sin rebabas carnosas ni hueso astillado, pero con un fluir de sangre escandaloso, escuchaba al hombre murmurar que de allí ya no saldría y que había empezado ya su disección. Solo le quedaba esperar.
Don Godo