Mijo no llores más, ya tienes la garganta herida y seca de tanto polvo. Quédate quietito, tu sufrimiento me quema, no te das cuenta. Que los escombros de la noche no nos devoren más. Duérmete por favor, deja de llorar. En algún momento se hará de día, verás. No te angusties. Quédate aquí pegado a mi pecho como siempre, mientras la noche eterna se consume. Ves cómo hace mucho no se siente la asfixia, ves cómo ha sido un terrible sueño. Solo fue un ruido sordo el que nos devoró la carne aquel instante; yo te tenía aquí en mi pecho como ahora, antes de que los muros se rompieran en tragedia y nos cegaran de golpe. Mi consuelo sería escucharte en silencio, pero tu llanto se clava en mí con más densidad que estas piedras. El tremor de la tierra nos tragó en su oscuridad y la muerte decidió tenernos presos. Debí ser una mala madre, no amarte lo suficiente. Tú no tenías ninguna culpa, quizás las mías fueron suficientes y por eso no nos hemos movido de aquí hasta lograr consolarte. Ya chiquito, no llores más. Déjame descansar a mí también, que el morir a cada hora también es un tormento. A esta altura solo te conozco por el llanto, el resto de nosotros se ha ido deshaciendo, descomponiéndose lentamente hasta no quedar más olor a sangre, ni a putrefacto. Nos hemos hecho carne del miedo, no te das cuenta. Por eso estoy aquí contigo, para librarte de esta oscuridad con mi consuelo; es lo que he intentado hacer todos estos años pero tu llanto me abate. Quédate en silencio, mi cielo, quédate dormido para que por fin se apague la muerte.