Sentí emociones contradictorias cuando se fue. Mi hermano, el bohemio, marchándose a pintar a una casona de principios de siglo. Mi hermano, y sus depresiones, alejado del mundanal ruido. Había estado tanto tiempo saliendo y entrando de las unidades de día del hospital, que llegué a sentir que el peligro de que estuviese solo era necesario. Sobre todo, para un alma de una riqueza tan compleja como la suya. Me tranquilizó que me dijese que había encontrado una mujer que le ayudaba al mantenimiento, y le preparaba la comida.
La primera vez que fui a verlo, ella no estaba por ahí, pero noté un olor a almizcle, a comida especiada, que se entremezclaba con la sonrisa un tanto desquiciada de él.
Fue a enseñarme el cuadro que estaba empezando, un fondo oscuro en el que se iba intuyendo una barbilla de mujer, de piel blanca brillante. Pasé por su habitación, y entre las sábanas crecían largos cabellos negros. Me sonreí. tomamos una bebida con hierbas, que me dejó un poco mareada. Y me despreocupé. Quiso también enseñarme un álbum de fotografías que encontró en el ático, pero ya debía irme. Estaba abrumada por los acontecimientos, algunos sabréis lo que es liberarse por un tiempo, sea el que sea, del yugo de la preocupación cuando convives con alguien inestable. Y yo a mi hermano lo amaba mucho, pero era un amor teñido de preocupación, de interrogantes, de miedo.
Poco a poco, nuestras conversaciones se hicieron más y más cortas, y dilatadas en el tiempo. Pero me contagiaba el punto de euforia de su voz, y el murmullo de una voz de ambiente que cantaba bajito, acompañandole. La última vez que fui a verle, reconocí signos preocupantes. Había perdido muchísimo peso, le temblaban las manos, no quiso enseñarme el cuadro, pero en la cama se habían multiplicado los cabellos. De nuevo el peso en el estómago, pero ¿qué iba a hacer? Le aseguré que todo estaba bien, y en el coche marqué el número del hospital, como tantas veces, mientras las lágrimas empañaban la vista de la casona, con una sola luz encendida.
Tres días después, recibí una llamada de la policía, mi hermano estaba desaparecido. Uno de los proveedores que le entregaban comida y otras cosas que necesitara se encontró la puerta abierta, y nadie dentro.Sensación de vacío cuando por fin entré yo. Todo estaba como si el movimiento se hubiese quedado congelado en un instante. El olor a almizcle persistía en torno a la habitación. En su estudio, encima de una mesa, el álbum que había querido que mirara, y una foto en el suelo. La observé detenidamente, un grupo de sirvientes sonreía a la cámara. En la esquina izquierda, una pareja se agarraba, una mujer de pelo muy oscuro y barbilla reconocible, y un hombre delgado, con una sonrisa desquiciada. Una sonrisa familiar. Aún no he querido destapar el lienzo, pero sé que su cuadro está más que acabado.