Sólo recuerdo que aquí había un cadáver que yacía sobre un charco de sangre. Luego perdí el conocimiento.
No sé qué hago aquí, en este... caserón. ¡Ah! Ya recuerdo. La casa extraña, la llaman. Entré para explorar... ¡No! Entramos. Laura y yo. Sí, entramos, aunque nos rogaron que no lo hiciéramos.
Mi ropa está ensangrentada y apesta a óxido. La luz de las farolas penetra en la habitación a través del ventanal; es una luz blanca que confiere un aspecto fantasmal a la estancia. Esos cortinones parecen fabricados con retales de mortajas. ¿Cómo se nos ocurre entrar aquí de noche?
Qué frío hace en este sitio y qué miedo dan esos cuadros tan negros poblados por santos. Me pregunto dónde está el cadáver. No se lo han llevado, se ha ido, sus pies descalzos han dejado huellas de sangre de aspecto resbaladizo y frío en las baldosas y manchas marrones en esa alfombra. Las habladurías son ciertas, en esta casa ocurren cosas extrañas.
No me lo puedo creer: acabo de aceptar con toda naturalidad que un cadáver se ha ido caminando. ¿Era en realidad un cadáver? Estoy convencido de que sí. Recuerdo a un hombre. Tenía unas heridas terribles, una de ellas en la garganta. Nadie puede vivir con esas heridas. Entonces, ¿se lo ha llevado Laura? ¿Y dónde está ella?
¡No, no, no! No se lo ha llevado, se ha marchado andando, ahí están las huellas. Y allí, junto a la puerta, hay manchas dejadas por una mano ensangrentada en la pared.
Tengo que salir de esta horrible casa; una casa en la que hay cadáveres que encima se levantan, como si la parca no pudiera entrar en ella para llevarse a quien aquí muere. Probaré por esa puerta, por ella ha salido de aquí el hombre-cadáver.
Me duele todo el cuerpo y me cuesta caminar. Espero no encontrarme con él, no podría salir corriendo.
Penetro en otra habitación siniestra. Más huellas de sangre en el suelo, y además gotas, y más marchas, esta vez en la puerta. Penumbra. Continúo.
Otra habitación. Tiene varias puertas. La lámpara arroja una luz amarillenta que se me antoja un lamento de la casa. No hay pasillos. Continúo. Esta vez me aparto del rastro de sangre. La siguiente puerta me lleva a una habitación con una ventana que da a un patio. Sigo adelante.
Siguiente habitación. Muebles cubiertos por sábanas de color blanco matizado de gris por el polvo. Tres puertas. Me aterra encontrarme al hombre-cadáver.
Otra habitación. Un susurro de luz entra por la ventana. Avanzo. En la siguiente habitación me topo otra vez con el rastro de sangre: el hombre-cadáver sangra, de ahí que perdure el rastro. Lo sigo.
El charco de sangre. Estoy en la primera habitación. He caminado en círculo. Me echo las manos a la cara. Con los pulgares noto un profundo corte en mi garganta. Levanto mi camisa y veo heridas terribles. Miro atrás: mis pies descalzos han dejado un rastro de sangre. Me desmayo.