Antes de ver lo que Arturito, el repetidor, llevaba en la caja de compases nunca se había planteado el tema de la muerte. Pero, ver aquellas hormiguitas clavadas en el compás le había activado un impulso insaciable de atravesar cuerpos. Primero fueron despreocupadas abejas. Siguieron seres más viscosos. Pronto se atrevió con roedores y otros mamíferos pequeños. Se especializó en el arte de la caza para poder perfeccionar su propio arte. Cambió el compás por el estilete, la aguja de media y otros, hasta llegar a aquella bayoneta, reliquia de guerra de su ahora difunto abuelo. Lo más difícil, descolgarla de aquella pared tan alta. Lo más fácil, sin duda, atravesarle el corazón.