La tarde se presentaba fría en la sierra, unos copos de nieve comenzaban a caer posándose suavemente sobre su cabello, otros caían sobre la espesa manta nevada que cubría el suelo, fundiéndose en ella. Las manos sangrantes por dedos desgarrados en su intento de huir lo más lejos posible de aquel lugar iban dejando un rastro rojo tras de sí difícil de ocultar, aún así se refugió de su perseguidor entre unos arbustos. A Blanca le costaba mantener un aliento tranquilo que no delatase su presencia, las palpitaciones de su corazón podían escucharse a muchos metros de distancia o al menos eso era lo que le parecía a ella, cubierta de esa nube de miedo que la envolvía por completo.
Y entonces le escuchó llegar. Se giró suavemente para observarle y pudo ver como arrastraba un cuerpo que se rebelaba a duras penas contra su agresor, sin duda alguna era la otra chica que también había sido retenida. El hombre, sin dudarlo, se acercó a un pozo que erguía su pared circular a poco más de unos metros de distancia para tirar dentro a su víctima. Al darse la vuelta, Blanca notó que su mirada estaba ahora puesta donde ella se encontraba.
En un parpadear de ojos la apresaba nuevamente. Sus gritos se mezclaban con los sonidos de algún animal, que asustado parecía responder a su súplica.
Era arrastrada también hacia ese pozo que parecía engullir todo lo que se le echaba. Sus manos se agarraban a todo lo que encontraba en su camino en un intento desesperado de resistencia.
El la levantó con todas las fuerzas que pudo y la tiró dentro. Asomado al borde, pudo comprobar cómo el cuerpo de Blanca se sumergía dentro del agua para volver a la superficie líquida en unos momentos. La miró durante unos largos minutos en los que ella se debatía entra la vida y la muerte intentando agarrarse a algo, pero no había nada, solo oscuridad. Cuando dejó de escucharla se sintió aliviado. Después fue hasta el tronco de un árbol que parecía tener unas muescas, con su navaja hizo dos más.
La noche gélida ya había hecho acto de presencia inundando todo con su negrura, pues ni luna ni estrellas querían ser testigos de tanta crueldad.
Con toda la frialdad que también había dentro de su ser, se montó en su furgoneta y condujo hasta el pueblo. Sentado dentro de ella se quedó esperando pasar a su nueva víctima. En la mano, como siempre, sostenía la misma foto; una en la que era niño y su madre le tenía en brazos. Pero de eso hacía mucho. Aunque ni ahora ni entonces podía mirarla con amor o cariño, su corazón no sabía de eso. La miraba siempre preguntándose por qué él era distinto.
Seguramente la culpa fue de su progenitora que le engendró así, por ello la primera muesca del árbol era por ella...