Madrid año 2001
Lucía, una atractiva mujer de Lugo de cuarenta años, compartía un pequeño
apartamento con su pareja, un escritor asturiano, once meses mayor que ella, llamado
Ángel.
Cuando la abuela de Lucía falleció, dejándole en herencia dos millones y medio de las
antiguas pesetas, consiguió reunir siete millones gracias a lo que había ahorrado durante
años trabajando en la limpieza de hoteles de diversas zonas turísticas de España.
Estaba decidida a comenzar una nueva vida junto a su amado y por fin vivir todo el año
juntos sin más separaciones dolorosas, que tanto les hacían sufrir en soledad.
Una tarde, sentados en la hierba del parque del Oeste, pensando en su futuro, algo muy
estridente interrumpió sus pensamientos. Eran los inquietantes graznidos de una urraca,
que no paraban de oírse, como si su vida corriese peligro atrapada en lo alto de un
frondoso y enorme árbol. Ángel y Lucía, inquietos, se alejaron de allí sin saber que
aquello anunciaba el preludio de un terrible destino.
La pareja a veces solía ir a tomar unas cervezas para celebrar sus reencuentros, pero
últimamente Ángel empezaba a beber en ayunas, y cada vez con más frecuencia, hasta
que un día, en vez de regresar a casa, apareció entrada la noche completamente ebrio y
gritando palabras incoherentes, llenas de odio, dando patadas a todas las puertas de la
casa y obligando a Lucía a escuchar sus insultos y sus delirios, y así durante meses hasta
que un día desapareció una semana entera. Lucía estaba aterrada, ya no sabía qué hacer,
no podía contar con él para organizar nada y solo esperaba verle entrar por la puerta
para soportar un nuevo ataque. Ella estaba empezando a enloquecer también, le quería
mucho y no sabía por qué estaba sucediendo todo aquello.
Intentó convencerlo para asistir a Alcohólicos Anónimos, pero él no escuchaba y solo
esperaba un nuevo día para continuar con aquella actitud suicida malgastando los
ahorros. Hasta que un día Lucía, desesperada, viendo el terror en sus ojos, le llevó a ver
a Bertha Montáñez. Una vidente especialista de Madrid.
Como dos desamparados se sentaron en la sala de espera, y cuando Ángel, seguido de
Lucía, entró en la consulta, Bertha le dijo: "Hijo, tú tienes una sombra. Es el alma de un
familiar fallecido que vive pegado a tu hombro izquierdo. Se llamaba Antonio y fue tu
abuelo. Él te quería mucho cuando eras un niño pero murió de cirrosis, completamente
alcoholizado, porque bebía y fumaba demasiado y quiere seguir haciéndolo a través de
ti, por eso te obliga a beber sin medida". Ángel, consumido en silencio, dejaba brotar
gruesas y amargas lágrimas de sus ojos, reconociendo aquella cruel verdad desde lo más
profundo de su ser, y a partir de ese día comenzó a luchar contra aquella sombra que les
consumía la vida, venciendo día a día la tentación de beber, para matarla. Hoy es solo
un amargo recuerdo. Ángel y Lucía viven una vida normal, siguen juntos y se aman.