—¿Es la hora?
—Parece ser que sí.
—Quería dejar cerrado este expediente. Jamás he dejado un caso sin resolver.
—Lo sé. Eres un buen abogado pero no es necesario en esta ocasión.
—Además, debería…
—Debemos irnos, no podemos llegar tarde.
—¿Llegar tarde? ¿Quieres hacerme creer que se reduce a una cuestión de tiempo?
—Omnia tempus habent.
—No puedes obligarme a dejarlo todo de repente. ¡No de este modo!
—La fútil creencia de la inmovilidad del tiempo.
—¡Pero no ahora! No cuando lo había conseguido todo.
—Precisamente ahora que lo habías conseguido todo. ¿No has disfrutado de cuanto te dije? Mujeres, dinero, prestigio, poder… Incluso de mi amistad.
—Pero me prometiste…
—Te prometí que lo conseguirías, no que duraría eternamente.
—¿Pero a qué precio lo he pagado? Las cosas que he hecho durante este tiempo… Sabes, sus rostros me persiguen en la noche y no consigo ahuyentarlos.
—Lo sé.
—Aún no es el momento. Tienes que darme un poco más de tiempo.
—Yo he cumplido mi parte, ahora debes cumplir la tuya.
—El contrato que firmamos, ¿puede anularse?
—En el otoño de la madurez siempre florece el arrepentimiento.
—Sólo dime una cosa, ¿arderé?
—Al contrario, sólo hay frío.
—¿Es posible la redención? Por favor…
—Se hace tarde.
—Lo suponía. Es curioso, a pesar de todo, has sido mi mejor amigo.