Imagina.
Un día abrir los ojos y mirar a un alrededor vacío.
Apagar la alarma, coger ese móvil que no suena.
Prepararte para enfrentar otro día. Un día que parece no terminar.
Por arriesgarte en la vida. Porque la zona de confort no es para ti.
Por ese puntillo masoquista que te lleva a la sobrecarga.
Porque estás solo.
Noche tras noche sientes como no sientes.
Tus terrores nocturnos están de copas en algún motel de carretera, mientras tú te debates entre miedos, inseguridades y falta de estima.
Cada vez que miras alrededor, solo ves oscuridad.
Intentas pensar, en vano, en recuerdos felices.
Intentas coger impulso.
Pero esta vez, tu talón es de Aquiles, no de apoyo. Tu punto débil.
Y tú, volviéndote más y más frío.
Un día, estás sin estar.
Llegas al fondo de la espiral, abres el grifo y dos tajos en tus brazos.
Escuece.
Esta vez, ha sido peor el camino que el destino.
Y, no hay nadie para rescatarte del viaje.
Qué cosas.