Era nuestro décimo aniversario, y está vez, contra todo pronóstico, ninguno de los dos debía trabajar.
Ambos éramos empresarios de éxito, y nuestras responsabilidades nos mantenían alejados la mayor parte del tiempo.
Quizá por eso nos llevábamos tan bien.
Cada uno pagaba sus facturas, lavaba sus propios calzoncillos, y hacía de vientre en la intimidad.
Además, el hecho de vivir separados permitía mantener cierto halo de misterio sobre el otro.
Ingredientes que, para mí, representaban el éxito de nuestra relación.
La receta para conservar la magia.
Le tocaba a Jorge elegir plan.
Teníamos la costumbre de turnarnos para sorprender al otro cuando nuestros días libres coincidían.
Me vestí con un traje de diseño italiano que mi sastre predilecto había confeccionado especialmente para la ocasión. Pasé varias horas en la peluquería; dándome mechas y recortándome cejas y barba.
Cuando llegué al hotel y subí a la habitación, la encontré repleta de rosas rojas; dispuestas en una secuencia en la que formaban la frase: “TE QUIERO.”
En la gran cama con dosel había una tarjeta escrita de su puño y letra en la que decía que me esperaba en el restaurante Lamucca de Almagro.
Para mí sorpresa, el lugar había sido inaugurado recientemente en el mismo local que albergaba la floristería donde compré el ramo de flores con el que me declaré a Jorge tantos años atrás.
Esa faceta detallista suya fue la que me atrajo de él cuando lo conocí en la universidad.
Siempre estaba pendiente de todos a su alrededor.
Era una persona atenta y cariñosa.
Además de muy guapo, claro.
Pedí un taxi y salí de inmediato hacia el lugar de la cita.
Cuando me apeé del vehículo, algo me resultó extraño.
La calle de amplia acera, bien iluminada y normalmente muy transitada; estaba completamente a oscuras, y no se veía a nadie en las terrazas colindantes.
El propio local se encontraba sumido en la penumbra.
El corazón se me aceleró, pero no dudé en entrar en busca de mi hombre.
Lo que encontré fue una escena dantesca:
Mesas y sillas aparecían desparramadas por todo el lugar. Cristales hechos añicos decoraban el suelo. Y sobre ellos, una decena de cadáveres de clientes y personal yacían en grotescas posiciones.
A dos de ellos les habían arrancado el hígado…
Solo podía pensar en encontrar a mi amado.
El traje nuevo se tiñó de rojo con la sangre fresca de las víctimas. Pero Jorge no estaba entre ellas…
Respiré aliviado, observando el restaurante que horas antes debía ser un lugar diáfano y acogedor, con sus grandes ventanales y el decorado rustico.
De pronto, alguien salió de la cocina…
Era él; portaba un delantal manchado de sangre y dos platos.
- ¡Ya has llegado cariño! ¡Siéntate, la cena está lista! - dijo esgrimiendo su más hermosa y seductora sonrisa.
El hígado en salsa era mi plato favorito…
Quizá mantener el misterio no había sido una buena idea, pensé mientras vomitaba presa del horror y el asco más absolutos…