Tengo frío. No siento las manos ni las piernas aunque percibo el frío en la espalda. Estoy tumbado y tengo un soporte rígido bajo la nuca así es que puedo ver parte de la habitación. Estanterías con libros antiguos y huérfanas de ventanas. Huele como a cal húmeda y a gata parida.
Un tipo me da la espalda. Oigo el tintineo de los utensilios que maneja. Viste bata verde y vislumbro su nuca velluda bajo el gorro de tela.
También veo mi pecho y creo que estoy desnudo pues siento frío desde la cabeza hasta los glúteos. Las piernas…. No sé si las conservo. Me escuecen los ojos. No puedo cerrarlos.
El tipo abandona el carrito del instrumental. Lleva algo brillante en la mano y se acerca. No veo su rostro, oculto tras la mascarilla, pero sí sus ojos que denotan fastidio.
Cuando se coloca a mi lado llega otro hombre. Es grueso y dice algo jocoso sobre el olor. El velludo simula reír.
El grueso inclina su cabeza sobre mi cara. Intento pedirle ayuda moviendo los labios. Nada.
Quizás la luz del techo modifique el iris de mis ojos y él lo note y descubra que estoy vivo. El grueso se inclina más y un hilo de saliva escapa de su boca hasta mi pómulo. La saliva se desliza por mi mejilla hasta la oreja, como lágrima de llanto. Creen que estoy muerto, joder.
— Vamos allá —dice el velloso.
Coloca el utensilio sobre mi cuerpo. Creo que es una navaja o un bisturí. No sé. Nunca he visto un bisturí. Sólo en las películas. Está frío. Dios mío. Creo que me va a sajar. De repente, se detiene y mira a su compañero.
— ¿Y el recipiente?
— Voy.
Regresa con un baño de plástico de color rosado, como el que utilizaba mi madre para recoger la ropa, y lo coloca en el suelo.
De pronto, siento sensibilidad en un dedo y logro arañar el mármol que me sostiene. El sonido emerge imperceptible pero quizás lo escuchen. Seguro. Araño: raj, raj.
Es entonces cuando el tipo velludo aplica la fría hoja de la navaja sobre mi pecho. El corte, longitudinal y profundo, cercena mi piel provocando un sonido similar al de mis uñas pero más continuado (RRRRRRRRRAJ) que ensordece al que yo emito.
El dolor es insoportable y grito en mi interior sin emitir eco alguno. Poco a poco mi cuerpo despierta. Puedo mover ligeramente el brazo y los ojos. Parpadeo con histeria para que se den cuenta. Elevo un poco la cabeza y los veo ante mí: El velludo introduce sus manos y extrae con pericia mi corazón. Horrorizado, puedo verlo palpitar sobre mí mientras voy perdiendo el soplo de la vida y mis ojos se velan. Mi cabeza inclinada cede de repente sobre el soporte y prorrumpe un sonido seco, exactamente igual al que provoca mi corazón al caer sobre el recipiente rosa de plástico, igualito al de mi madre.
— Joder. Ha cerrado los ojos. ¡Estaba vivo!
— Bueno…mejor.