En el Barú nos llaman los músicos de la península pues cuando salimos a pescar llevamos nuestro bombo, maraca y en medio de la bahía tocamos la cumbia sobre el agua.
Un día de diciembre, mi hermano menor y yo salimos por la madrugada de la isla para aprovechar la subienda y, de la posterior venta en el mercado de Cartagena, contar con dinero suficiente para obsequiarle una estufa a nuestra madre ya que ella aún cocinaba con ramas de palma. Partimos siguiendo las estrellas del norte, así como siempre lo hemos hecho los pescadores cuando salimos a navegar. Mientras bogábamos a una velocidad continua dimos antes de lo esperado con un banco de peces en los límites entre la bahía Barbacoas y el mar Caribe. La pesca inició de una manera poco común pues por cada lance de la atarraya ésta regresaba rebosante de cachama blanca, mojarra roja, picuda y otros peces. Ya para el atardecer, la piragua estaba repleta de pescado así que agotados y con dolores en los brazos de tanto trasiego optamos por tomar un descanso. Sin pretenderlo, probablemente arrullados por la apacible marea dormimos más de media hora, tiempo suficiente para que al despertar, el mar estuviera picado y reinara una noche sin luceros. Estábamos nerviosos por tanto las olas golpeaban con fuerza la canoa haciéndola peligrar. Pronto miré a mi rededor y fue imposible ver los manglares o el malecón. Entré en pánico y recé en voz alta a Santa Bárbara bendita para que en el firmamento aparecieran las estrellas que alumbrarían nuestro camino de regreso a casa. En un inicio remamos con desesperación, pero era inútil, no sabía hacía adonde nos dirigíamos, así que decidí esperar el amanecer encomendándonos a Dios para que la marea no nos llevara a piélago abierto. Acompañados por la luna, sin esperanza surcamos la oscuridad a voluntad de la corriente marina cuando de pronto escuchamos un ritmo de cumbia y vimos como los peces bailaban sobre el agua. Juro, por más que el entendimiento pretendía anular lo observado por los ojos, que la evidencia se concretó cuando en un remanso oímos la voz de una sirena que nos decía: “Si ustedes prometen tocarme una cumbia sobre el agua, de esta desgracia saldrán librados”. Aunque palidecimos por los intensos colores metálicos que de ella emanaban por puro instinto a la vida pactamos con ella.