Fue fácil asustar a las dos últimas niñeras, eso las salvó. Bastó hablarles de los monstruos que deambulan por la casa para que corrieran a esconderse en nuestro cuarto hasta que papá y mamá regresaron del turno de noche en el hospital. Aunque mis padres insistieron, después de eso no regresaron otra vez.
Las convencimos que dejar la televisión encendida hasta la madrugada ahuyentaría esas presencias indeseables, es común que la gente crea que el ruido o la compañía puede protegerlos de lo siniestro, los dulces que comimos ni siquiera los notaron por andar pensando en esos cuentos para niños. Es increible lo fácil que resulta estimular la imaginación con un buen cuento de terror, la mayoría de los adultos en realidad nunca dejan de ser niños temerosos. En noches como esas, hacemos todas las cosas que nunca nos dejarían nuestros padres.
Sin embargo, la niñera de hoy no es de las que cree en esas historias infantiles que usamos para poder jugar hasta tarde. Su rostro serio, endurecido tal vez por otros niños a los que ha doblegado antes, nos dice que sabe como lidiar con criaturas como nosotros. Ella sabe que a las ocho los niños deben estar en la cama con los dientes limpios y que la televisión es mala para el sueño. Así las cosas, los monstruos saldrán está noche. Con la última incrédula bastaron los sedantes de papá en el café, la patineta para llevar el cuerpo hasta el solar y el uso de los bisturíes para desmembrarla antes de echarle tierra encima junto a las otras.