La imparable sucesión de imágenes que azotaba la pantalla del televisor se veía reflejada en la oscuridad de las paredes y en las dos canicas oscuras que eran sus ojos. Las voces distorsionadas que emergían de aquella caja de luces parecían ya muy lejanas…
Ángela atrapó la mano con la que estaba acariciándola su marido y se incorporó a su lado. Bajo ningún concepto quería quedarse dormida.
Ya hacía varios días que huía a duras penas de los asiduos brazos del sueño. No quería volver a vivir esa pesadilla recurrente que asaltaba su pacífico dormir. Sin embargo, cada vez le resultaba más complicado mantener los ojos abiertos. Unas manos invisibles la llevaron a la cama y la arroparon bajo el edredón.
No supo que se había quedado dormida hasta que ese frío aliento rozó su nuca y erizó el vello de su piel. Delante suyo podía distinguir un camino a medio hacer, un fondo negro sin mucho detalle, pues ella sólo podía centrarse en el susurro de viento gélido que sentía a sus espaldas. Intentó abrir los ojos, forzó los músculos faciales hasta que le dolieron, pero sólo logró mantenerlos así unos segundos, lo suficiente para ver el otro extremo de la cama donde Alex se escondía bajo un amasijo de mantas. Volvió a ser arrastrada a las tinieblas de su pesadilla, donde notaba la presencia persecutoria más cercana. Una vez más usó todas sus fuerzas para separar los párpados e intentar agarrar a su compañero. Las manos parecían pesarle toneladas, así como las pestañas, que fueron ocupando toda su visión como una cortina de rejas. Las sábanas blancas desaparecían de nuevo para volver a convertirse en el sendero inacabado.
Esta vez podía oler la podredumbre en el aliento cada vez más adyacente. Ya alcanzaba a recordar a la exmujer de Alex con el mentón desencajado en un grito que nunca llegó a emitir una vez que el cuchillo de Ángela penetró en su corazón. Recordó por un instante cómo el calor de la sangre de su víctima recorría sus manos. Un profundo terror invadió el cuerpo de la joven: la mujer había venido en busca de venganza.
Esta vez fue capaz de zafarse de la pesadilla y mantener los ojos abiertos y alzar las manos hacia el otro lado de la cama. Una mueca de profundo miedo se dibujó en su cara en el momento en que sus dedos se cerraron en torno a la ropa de cama. Alex no estaba ahí.
Habiendo recobrado la conciencia, aún oía la respiración profunda a escasos centímetros de ella. Paulatinamente fue girando la cabeza. En frente suyo, una sonrisa macabra y desproporcionada desfiguraba el rostro de su marido. Su mano derecha empuñaba con fuerza el mismo puñal que años atrás había atravesado las costillas de su exmujer en manos de Angela. Justo a su lado, el espectro de la mujer le susurraba al oído todo lo que debía hacerle cuando volviese a cerrar los ojos…