Le confesé a mi padre lo que había hecho, que había sido yo quien se había dejado abierto el gas. Por suerte, allí estábamos tumbados cada uno en una camilla: mamá, papá, la abuela, los gemelos y tía Úrsula. Intoxicados, pero sanos, a fin de cuentas..
Solo faltaba Isabel, que pasó la noche con su novio, aunque nos hubiese dicho que dormiría en casa de su amiga Andrea.
De pronto, cuando ya un sueño profundo me vencía, se abrió la puerta. Era el médico, que seguido de mi hermana, procedió protocolario.
Fue ese el momento en que me di cuenta de que una sábana me había cubierto la cara todo el tiempo.