―¡No te muevas, ya casi está!
Mis músculos estaban rígidos hasta el punto de entumecerse, pero obedecí al pintor, que era amigo mío desde hacía tiempo. Observaba con atención mientras él estaba a punto de finalizar un retrato al óleo.
Yo había accedido a posar como modelo. Y en ese momento, me estaba sintiendo como una marioneta cuyos hilos manipulaba mi amigo, sin derecho a ser yo mismo. El pintor era bastante exigente a la hora de realizar su trabajo. No permitía bromear ni por un instante, a pesar de que así sería todo más llevadero. Yo tampoco me atrevía a pedírselo, pues siempre me he visto obligado a satisfacer los deseos de los demás, sin tener en cuenta los míos, encerrándome así en una cárcel que yo mismo he creado.
Durante varios minutos llevaba en mente la idea de pedirle a mi amigo una pausa. Lo veía como algo imposible, sin embargo, pues examiné al pintor y le vi tan concentrado y tan serio, que no se creó una atmósfera de suficiente confianza para pedirle tan deseado descanso. Además, él estaba terminando y ya no tenía sentido para mí solicitarlo.
―Concluido ―dijo mi amigo. Yo debí de mostrar un gesto de alivio, pero también de curiosidad, porque en seguida me dijo―: Ven aquí, aprécialo tú mismo.
Me acerqué al retrato, quedando acongojado por el resultado final. Era bueno, lo mejor que había visto de mi amigo, pero estaba asustado por el realismo con el que había captado mi atormentada alma…, el brillo de mis ojos retratados desnudaba la esencia de mi espíritu.
―Estoy sorprendido ―dije finalmente.
Tras lanzarme una mirada que reflejaba una mezcla de condescendencia y superioridad, la cual no me gustó nada, el pintor me dijo:
―No lo voy a exponer, te lo voy a regalar. El público ya conoce mi talento, y yo quiero que esto sea tuyo. Es un regalo muy personal que te hago.
Agradeciendo su generosidad, pues yo sabía perfectamente el valor que tenía esa obra, me marché a mi casa. A los pocos días, me llegó el retrato junto a una nota personal del autor.
Lo colgué en mi habitación y, a continuación, me encontré luchando contra un intenso sueño que no logré vencer. Caí en la cama rendido.
Ahora estoy muerto.
Esta mañana me levanté rígido, sin poder mover los ojos siquiera, contemplándome a mí mismo tumbado sin vida sobre la cama. Intenté gritar, manifestar de algún modo mi angustia, pero ni eso pude.
Y continuo así.
De alguna manera, mi amigo captó mi alma con tanta maestría que ahora he quedado atrapado en mi propio retrato. Esperaré durante toda una eternidad sin ningún aliciente, viendo pasar cada segundo, cada minuto y cada hora… Es agotador y asfixiante, pero ¡sólo llevo así un día!
Siempre me he sentido dentro de una cárcel metafórica, pero ahora esa cárcel es física.
Cruel destino el mío.