Jim Carson, entomólogo, sentía auténtica pasión por todos los insectos. Sin embargo, en los últimos tiempos, el estudio de las arañas había concentrado toda su atención.
Una mañana llegó al laboratorio, hizo la rutina habitual, y se detuvo frente a la jaula de vidrio dónde guardaba un magnífico ejemplar de tarántula Goliat. Su ayudante, el joven Larry Sheppard, le hizo una observación:
-Parece que nuestra amiga Ester sigue creciendo. Ya le queda poco espacio, Jim.
-Es evidente, debemos apurarnos porque no hay en existencia una jaula más grande. Habrá que encargar otra, de fabricación especial, en el menor tiempo posible.
Una semana después, Ester ya se encontraba habitando su nueva morada y ésta, debido a su mayor tamaño, había sido aislada. Jim y Larry observaban el momento en que la araña atrapaba un ratón.
-Lo ha mordido pero no tiene la intención de devorarlo, parece que prefiere absorber sus líquidos vitales- dijo Larry.
-Está cebada, no quiere molestarse en masticar, pero esa es nuestra política: sobrealimentarla. Veremos si sigue creciendo- señaló Jim.
Durante ese verano Carson se tomó quince días libres en Junio; a su regreso le tocaría el turno a Sheppard. Cualquier mortal común hubiese aprovechado las vacaciones para airearse y tomar sol en una playa, pero Jim no lo era.
Un día antes de tomar su avión que partiría hacia Lima, Perú, éste acomodaba la bolsa de dormir, los prismáticos, y algunos enseres de uso en todo campamento, adentro de su mochila. Una vez en Lima, abordaría otro avión que lo llevase hasta la Amazonia peruana. Allí, junto a un baqueano, debería internarse en la selva en busca de una Goliat macho, que sirviese de pareja a Ester. Por tratarse casi como de buscar una aguja en un pajar, el intento de Carson en Perú estuvo a punto de naufragar. Sin embargo, justo en su último día de selva, gracias a la pericia del baqueano, lograron hallar el preciado ejemplar.
De vuelta en su país, Jim no pudo con su genio y a pesar de haber llegado al aeropuerto casi de noche, decidió ir al laboratorio. En una caja de cartón llevaba su adquisición selvática; había evitado avisar a Larry del éxito de su misión sólo para darle una sorpresa. En momentos que debía atravesar el jardín, se desató una tormenta. Más allá, pudo ver iluminada sólo la ventana del cuarto donde estudiaban a Ester y hacia allí se dirigió. Sabía que Sheppard siempre se quedaba fuera de hora. Situado frente a la ventana golpeó el vidrio, pero su ayudante no se hizo ver. Con alarma, vio que la jaula no estaba en su lugar y desvió la vista hacia abajo. Un relámpago que iluminó la escena permitió ver un reguero de vidrios destrozados sobre un charco de sangre. A continuación, yacía el cuerpo sin vida de Larry boca arriba. Ester, ya de tamaño descomunal, y del mismo modo que lo había hecho antes con aquél ratón, mordía su vientre buscando absorber todos sus líquidos vitales.