La pequeña Susana juega sola en el parque. Nadie la molesta mientras se balancea en su columpio, comiendo tranquilamente sus galletas.
Un pájaro desciende frente a ella. Es un cuervo de pelaje reluciente, que la mira durante un largo lapso de tiempo con sus fulgurantes canicas, moviendo la cabeza con apariencia espasmódica. Susana también lo mira a él. Grazna débilmente, demandante. Rápida en advertirlo, Susana echa un vistazo al paquete de galletas: «¿Quieres?», le dice; así que le lanza una. El pájaro da pequeños saltitos para acercarse a la comida que han lanzado, y la introduce en su pico antes de alzar el vuelo para desaparecer de vista.
Susana vuelve a casa. A mamá no le ha hecho gracia que se pasara tanto tiempo fuera.
Al día siguiente, Susana sale al jardín a jugar. El mismo cuervo del parque ha venido a verla, pero esta vez ha llevado a su familia con él. Susana agradece la visita, de modo que, como buena anfitriona, entra en casa para coger algo de pan y luego reparte las migajas entre ellos.
Susana quiere que vuelvan a verla. Por eso, se las ha ingeniado para crear un comedero y un bebedero solo para ellos.
En una ocasión, descubre algo que no había colocado ahí. No es más que un pequeño trozo de vidrio; aunque a Susana le parece muy bonito, por lo que se lo termina quedando.
A partir de entonces, no hay día que los cuervos no pasen a visitarla. Y por cada visita, le dejan un pequeño presente.
A mamá no le gusta que «esas ratas con alas» se paseen a sus anchas por su jardín.
Mamá está en el salón. Ha tenido una fuerte discusión con su novio. Él ya se ha ido, y ella ha echado mano a una de sus botellas. Cuando ve pasar a su hija, busca cualquier excusa para descargar su rabia.
Susana sale al patio con las mejillas empapadas en lágrimas. Tiene un ojo hinchado. El sonido de la llantina se entremezcla con el de los graznidos. Levanta la cabeza para comprobar que hoy tampoco está sola: el mismo cuervo de siempre, en compañía de los suyos, se acerca hasta ella para consolarla, como acostumbra.
Habiendo amanecido, mamá se va al trabajo.
Susana se aburre mucho, porque hoy sus amiguitos no han venido a visitarla. ¿Qué tendría que hacer? Leer puede ser un buen plan.
Las diez. Las once. Las doce… Mamá sigue sin volver. ¿Dónde está?
Desde el exterior, se oyen los graznidos. Susana sale corriendo al patio para recibirlos con una sonrisa. Entonces, repara en que su buen amigo está posado en el comedero, en una postura solemne. «¿Qué me has traído esta vez?», le pregunta animadamente. Susana camina hasta él y asoma la cabeza. Allá, observa un objeto extraño entre la comida. Aproxima su rostro aún más y entrecierra los párpados para agudizar la vista: el aspecto viscoso, la forma esférica, el color blanquecino… No había duda: un ojo.