Muchos colegas se burlaron cuando decidiste abrir aquella consulta en los arrabales. Ahí viven muertos de hambre. Yal ver tu anuncio de consulta nocturna las risas se hicieron más sarcásticas. Si muchos tienen miedo consultarse de día, de noche menos vendrán. Pues si te vieran, al principio eran pocos, pero se hicieron habituales y arrastraron a más. Claro, todos eran aves nocturnas. De esas que se acuestan al amanecer. Tu asistente te informa que hay una paciente nueva. Le dices que la deje pasar. Es una mujer con porte, de abundantes carnes. Es hermosa, a pesar del labio superior algo hinchado. Le indicas que se siente en el sillón, lo hace con elegancia, su piel es blanca sanguínea, apetitosa. Debes concentrarte en el trabajo, ya habrá tiempo para pensar en otras cosas. Le haces las preguntas de rigor, eres un profesional y eso impresiona a los pacientes. Fue un codazo, dice. Podría ser el puño del novio, de todas formas no te interesa. Te colocas el nazobuco, lastima de dentadura, pero debes extraerle el diente, no tiene salvación. Se lo informas, mueve los hombros como quien dice, si no hay remedio. Le hurgas la encía, ella se estremece, le duele. Pides a la enfermera la jeringa con la anestesia. Cuando la tienes en la mano, ves a la paciente cerrar los ojos. La aguja siempre impresiona. La pinchas y un fino hilo de sangre te da en el rostro, justo entre la nariz y la fina tela que cubre tu boca. Sientes como se desliza por la piel y llega hasta tu labio superior. El sabor a sangre te hace estremecer. Miras a la asistente, ella asiente y se retira. Abre una puerta casi invisible y desaparece. Quedan solos. Le dices a la mujer que vas a tener que utilizar la anestesia general. Solo un sueñecito y ya, lo mejor de todo es que no va a sentir dolor. Ella está de acuerdo. Odio las agujas, dice con aprensión, todavía con los ojos cerrados. Le colocas la boquilla y esperas a que este dormida. Cuando esto ocurre vas hasta la puerta que da a la sala de estar y pasas el pestillo, luego te acercas al sillón y te quitas el nazobuco. Te inclinas hasta su blanco cuello mientras tus ojos brillan de manera intensa.